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Discurso de David Orlando Del Águila Quevedo en la ceremonia de reconocimiento de la XXII Bienal de Cuento “Premio Copé 2022”, efectuada el 26 de enero de 2023 en la plataforma virtual del Centro Cultural Petroperú
Buen día a todas y todos que forman parte de este encuentro.
Quisiera empezar hablando de la imaginación como un refugio, como lugar seguro contra el abandono, el terror y la violencia. Como sabemos, para que algo exista, primero debe ser imaginado. ¿Y cuándo comenzamos a imaginar? ¿Para qué imaginamos?
Quiero empezar hablando de Daniel Lucas, seguro que el nombre no les suena, pero es la persona que más influencia tuvo en mí para comenzar a imaginar. Él no es un escritor o el personaje de una película. Daniel Lucas era una persona de cuatro años. Y también es mi hermano. Yo tenía cinco en ese momento. Eran inicios de los años noventa. Mi padre había fallecido un año antes en un atentado sin culpables. Y mi madre trabajaba como técnica enfermera en eternos turnos de noche para mantener a cuatro hijos pequeños.
Las noches en las ciudades de la Amazonía pueden ser hermosas, incluso mágicas. Y más en aquellas épocas, sin tanta contaminación lumínica o artefactos tecnológicos. Pero, si eras un niño de cuatro años, como Daniel Lucas, le temes a los ruidos del bosque, a la oscuridad. Y las luciérnagas que ves entrar a tu habitación no pueden ser otra cosa que fantasmas que te aterran. Así que Daniel Lucas no podía dormir. Y cada noche él subía a mi camarote a pedirme que le invente una historia hasta quedarse dormido. Y las historias se iban haciendo más elaboradas porque mi único público así lo exigía. Ya tenía que usar a los peluches como personajes y darle una voz y característica distinta a cada juguete. Incluso, aunque mi hermano ya se quedara dormido, yo continuaba la historia de largo porque el show no se acaba hasta que se acaba.
Fue así como empecé a imaginar. Para espantar el miedo. Porque incluso el hogar propio puede ser un lugar de miedo. Porque incluso nuestro propio país lo puede ser. Aprendemos a imaginar, porque es un refugio seguro para nuestros sueños y lo que queremos ser. Cuando eres un niño la realidad te desborda, las personas, las cosas, el mundo es el doble de grande que tú. Pero en la imaginación podemos volar por encima de eso. ¿Quién no imaginó volar de niño? Por sobre la ciudad, sobre la montaña. Incluso podemos sentir en algún lugar en nuestra mente o en el corazón como si eso de volar hubiera podido ser posible. Como si hubiera sucedido en realidad.
Y si la imaginación es un refugio y un hogar. También me gusta pensar en la lectura como un mundo. Recuerdo que, a los siete años, cuando ya se nos había obsequiado ese poderoso fuego que es el aprender a leer, empecé a reclamar por material de lectura: en casa solo había pequeñas revistas y no teníamos televisión para justificar su consumo en contra de la lectura. Un malentendido entre mi madre y un librero había hecho que, en vez de que nos llegaran unos hermosos libros ilustrados de dinosaurios, aparecieran unos pequeños libros de tapa negra, sin dibujos y con letras muy pequeñas. No hubo opción a devolución. Pero, aquellos libros, que por un tiempo nadie se atrevió a tocar por puro rencor, eran en realidad bestsellers de películas de las que nunca había escuchado. Algunos, incluso, clásicos inmortales. Así que, ahí estaba yo, a los siete años, trepado a un árbol de mango del jardín, latiéndome el corazón a mil mientras leía que la madre de Norman Bates corría la cortina y levantaba el cuchillo. Sí, la primera novela que leí fue Psicosis. Luego las tres de La Guerra de las Galaxias, y también Tiburón. Fue un gran impacto saber que existían mundos posibles e imposibles en donde se podía habitar. Un lugar creado por la imaginación de otra persona. Mar, criaturas, espacio infinito, amor, heroicidad, locura, maldad, todo un universo creado a base de imaginar. Y, aunque después vinieron otras lecturas, más profundas, más serias, más solemnes. Ese primer encuentro fue el que me hizo entender a qué me quería dedicar el resto de mi vida. A imaginar mundos y crearlos.
Se podría decir que “Días de prueba esperando a Paradise” es un cuento sobre un mundo creado para contener y repeler las añoranzas humanas. Es también una historia sobre un depredador y su presa. Y también sobre un mundo depredado y consumido. Es una historia sobre un hombre solitario a la espera de algo que parece nunca llegará. Este cuento fue escrito durante el encierro al que nos empujó la pandemia. Escrito con los sentimientos de los días repetitivos, con la sensación de la necesidad de salir, pero el deber de quedarse, con la esperanza de saber que la salvación vendrá del amor. Ensalzando la esencia humana. Y a su vez, sabiendo que allá afuera, la naturaleza respiraba y parecía restaurarse sin nosotros. Sin nuestra ambición inherente. Y con ese contraste de sentires escribí este cuento. Que dos años después desempolvé de los archivos de la duda y decidí enviarlo al concurso de cuento más importante de este país.
Ya dije que la imaginación es un refugio, un hogar seguro. Y que leer son mundos infinitos que se abren ante nosotros. Entonces quiero agregar que la escritura es un modo de salvación y una lucha. Es estar vivo para habitar esos refugios y crear esos mundos. Recibo este premio como una oportunidad para seguir creando esos mundos y también como un desafío. Ya no desde la sombra sino desde el amor y respeto por las cosas que uno hace de corazón. Agradezco a las personas que estuvieron conmigo con amor cuando todo era incertidumbre. Con esto invito a todas y todos los que tienen a sus palabras atrapadas en carpetas dentro de carpetas, a liberar eso que imaginaron desde siempre, a no renegar de sus propios mundos, a dejar que sus ideas, que nuestras ideas, marchen y se encaminen. No tengamos temor a imaginar y a expresarnos contra todo tipo de miedo, contra todo autoritarismo y contra toda injusticia.
Muchas gracias
David Orlando Del Águila Quevedo
26 de enero de 2023