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Washington Delgado
Premio Copé de Cuento
1979

WASHINGTON DELGADO TRESIERRA (Cusco, 1927-Lima, 2003) estudió en la Pontificia Universidad Católica del Perú, y posteriormente en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM), donde obtuvo en 1969 los grados de bachiller y doctor en Literatura. Entre 1955 y 1958 radicó y realizó estudios de literatura española en Madrid. De regreso al país se consagró a la docencia universitaria y la escritura literaria. Su obra fue fecunda y variada: cultivó la crítica, el periodismo, el ensayo, la narrativa y, en especial, la poesía. En 1953 ganó el Premio Nacional de Poesía, en 1979 la primera edición del Premio Copé y en 1996 el Premio Juan Mejía Baca por su labor creativa. Fue director de la revista Visión del Perú, profesor emérito de la UNMSM y miembro de la Academia Peruana de la Lengua. Su obra poética comprende Formas de la ausencia (1955), Días del corazón (1957), Para vivir mañana (1959), Parque (1965), Tierra extranjera (1968), Destierro por vida (1969), Un mundo dividido. Poesía 1951-1970 (1970), Reunión elegida (antología personal) (1988), Historia de Artidoro (1988) y Cuán impunemente se está uno muerto (2003). En el campo de la crítica publicó ensayos, prólogos y dos tratados panorámicos: Historia de la literatura republicana (1980) y Literatura colonial. De Amarilis a Concolorcorvo (2002).

Con «La muerte del doctor Octavio Aguilar», Wáshington Delgado obtuvo el Premio Copé Oro 1979. En este certamen —cuyo jurado estuvo integrado por Estuardo Núñez, Ricardo González Vigil, Eleodoro Vargas Vicuña, José Antonio Bravo, Antonio Cornejo Polar y Pedro Cateriano—, Luis Enrique Tord obtuvo el segundo lugar con «Oro de Pachacamac», y Alfredo Quintanilla y Luis Rey de Castro compartieron el tercer lugar, con «De todas maneras quiero ir a la gloria» y «La novela», respectivamente. Ricardo González Vigil, en el prólogo a Premio Copé de Cuento 1979 (Lima, Ediciones Copé, 1981), expresó: «“La muerte del doctor Octavio Aguilar”, recordándonos en parte a Kafka y al Cortázar de Bestiario, presenta admirablemente lo insólito dentro de una atmósfera cotidiana, deliberadamente informativa y apática; no conocemos ningún cuento en las letras peruanas comparable en el afán de tornar natural lo extraño (en “La insignia” de Ribeyro la sensación de naturalidad se apoya en la ignorancia, y no en el mecanismo de autodistanciamiento practicado por Delgado)».

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