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Discurso de Christian Elguera en la ceremonia de premiación del ganador de la IX Bienal de Novela “Premio Copé 2023”, realizada el jueves 25 de enero de 2024 en el Auditorio de la Oficina Principal de Petroperú en Lima
Eudocio Ravines o la traducción purpurada
Buenas tardes a quienes están aquí presentes y a quienes nos escuchan mediante la transmisión en vivo:
¿Por qué escribir una novela sobre Eudocio Ravines? Esta pregunta ha vuelto a mi constantemente en los últimos días, desde que recibí la noticia de haber ganado el Premio Copé de Novela 2023. Leí sobre Eudocio Ravines, por primera vez, en el libro La agonía de Mariátegui del historiador Alberto Flores Galindo. Entre esas páginas encontré la siguiente cita: “Con Ravines aparece en la historia del socialismo peruano el ‘hombre-aparato’ (…) él pretendía realizar la eficiencia anónima de una poderosa maquinaria”[1]. Así las cosas, entre Ravines y José Carlos Mariátegui existía un mar de contrastes: frente a la creación heroica, la máquina perfecta; ante las búsquedas estéticas, un estilo frío y científico. Conforme fui profundizando en las lecturas sobre Ravines no me sentí atraído por su trajinar geográfico, sus vaivenes ideológicos. Otra era mi búsqueda. En cada pesquisa percibía que Ravines era un icono de nuestra tradición política: traiciones, corrupciones, reyertas entre partidos, dobles caras, golpes de estado, pactos bajo la mesa. Ravines se convirtió para mí en el mejor ejemplo de los grupos políticos que han provocado numerosas crisis en nuestra historia. Por esto escribí esta novela con rabia. Parafraseando un verso de Blanca Varela podría decir que, durante los seis años que escribí este texto, “de la rabia inexacta me alimenté”. No podía haber concesiones o medias tintas. No podía perder el tiempo en aptitudes balbucientes o solazarme en la “pose” intelectual. Era necesario hacer mi propio “proceso”, tal como Mariátegui hiciera su “proceso” a la literatura peruana de su época. Era mi rabia en contra de las repartijas, las jugarretas, las argucias, las caretas que han provocado el caos político que ha caracterizado nuestra vida republicana. Ravines era la quintaesencia de este caos.
Sentía la necesidad de escribir en contra de Ravines y todo su legado. Pero una cosa es tener un impulso, una idea, acaso visualizar un personaje, y otra cosa muy diferente es encarnar las estructuras de un mundo. Para adentrarme en este punto quiero proponer una comparación entre mi proceso creativo y el acto de traducción. Este parangón se sustenta en una frase de Octavio Paz: “Traducción y creación son operaciones gemelas”[2]. Asimismo, Edith Grossman ha precisado muy claramente: “as they move from the workings of the imagination to the written word, authors engage in a process that is parallel to what translators do as we move from one language to another”[3]. Por esto prefiero decir que solo soy un traductor.
En 1463, Marsilio Ficino concluye su traducción al latin del Pymander de Hermes Trimegisto, pautando la recepción del pensamiento hermético en la Europa de los siglos XV y XVI. En aras de cimentar una theologica poetica, Ficino traduce a Trimegisto influenciado por el neoplatonismo y la tradición judeo-cristiana de su época. Asimismo, durante décadas quienes leen en inglés sólo conocieron a Friedrich Nietzsche a través de las traducciones de Walter Kauffman. Gracias a Kauffman los angloparlantes solo pudieron comprender que Übermensch significaba “overman”. En otras palabras, la audiencia americana leía a ese Nietzsche que Kauffman quería que fuese leído. Quienes traducimos somos, pues, responsables de la transmisión de ideas, determinando la distorsión o adaptación de un concepto. En un pasaje de su libro The Yenan Way, Ravines alude a esta experiencia cuando cita las palabras de un líder socialista: “Don’t merely repeat bad translations from the Russian”[4]. Por mi parte, siguiendo el hilo comparativo, he presentado mi propia traducción o trans-creación de Ravines en mi novela “Los espectros”.
¿Pero debía traducir fielmente o era preciso hacer modificaciones? Esta pregunta entraña el gran conflicto de toda traducción. Sin duda puede escribirse sobre Ravines de una manera fiel, respetando fechas históricas, transcribiendo documentos, copiando nombres exactos, siguiendo sus pasos en Perú, Chile, Francia, Rusia, y tantos resquicios más. Un camino era pues escribir lo que se llama una novela histórica. Pero finalmente decidí ser un traductor que altera los originales, que tergiversa información, que desvía las líneas rectas. Decidí ofrecer una traducción infiel o, más justo sería decir, la narrativa de una traducción equívoca –tomando prestado un término usado por la traductora Denise Kripper[5]. El Ravines de Los espectros es una figura oscilante entre lo delirante, desvariante, irracional, y quien espere encontrar un retrato fehaciente se sentirá desconcertado. Pero lo que digo pareciera contradecirse con mi metodología de trabajo. Para escribir esta novela me sumergí en una profunda investigación sobre Ravines y su época. La novela refleja mi sed de pesquisa y archivo. Leí todo lo que estuvo a mi alcance en Lima, Austin (Texas), Norman (Oklahoma). Pedí libros prestados, compré viejos ejemplares, robé primeras ediciones. Los datos históricos me ayudaron a tejer las secuencias, pero nunca intenté ser fiel a los hechos. Y aun así considero que la novela transmite o rescata la esencia siniestra de Ravines y que el jurado, para mi satisfacción, ha reconocido y resaltado.
Mi novela es una traducción purpurada de Eudocio Ravines y su universo sociopolítico. Hablar de una “traducción purpurada” no es un juego de palabras, sino una propuesta de creación: escribir es una traducción imperfecta. La premisa se basa en cómo el poeta Hölderlin tradujo las tragedias de Sófocles. En 1804, los contemporáneos de Hölderlin se burlaron de sus traducciones, incluidos personajes como Goethe y Schiller. Durante décadas se consideró que Hölderlin era un pésimo traductor, que había distorsionado a Sófocles, que había alterado y adulterado pasajes enteros, ya sea por su locura, las ediciones espurias que utilizó o su escaso dominio del griego. Será en el siglo XX que Hölderlin irrumpirá como pieza clave en la teoría de la traducción. Autores como Walter Benjamin y Antoine Berman destacaron que el gran mérito de Hölderlin consiste en preservar la fuerza del texto original mediante distorsiones que rayan con lo absurdo. Yo me incliné por este método. Era posible iluminar las huellas vitandas de Eudocio Ravines a través de una narrativa donde imperen exageraciones, enredos, doblajes y bifurcaciones.
Haroldo de Campos clarifica este método en su hermoso ensayo “A palavra vermelha de Hoelderlin”. En un pasaje que declara sus ideas predilectas sobre el hacer traductivo, De Campos nos explica la operación del Hölderlin traductor: “Não há dúvida de que o sentido (conteúdo denotativo) do original assim se rarefaz, se hermetiza; mas a compulsão poética da linguagem, em contraparte, aumenta consideravelmente”[6]. El ejemplo más notable es un pasaje de la tragedia Antígona: “Was ist’s, du scheinst ein rottes Wort zu färben? En lugar de describir un estado de ánimo de manera convencional, según los diccionarios o respetando lo denotativo, Hölderlin decide enrarecer el original y elige un color para hacer visible lo que estaba oculto: el gesto compungido y mortificado de un asesinato. Mediante distorsiones y hermetismos se llega al núcleo convulsionado de una conciencia. Un camino signado de absurdo nos aproxima más a la claridad del espíritu humano, allí donde el documento fidedigno o cotidiano nos aleja. La ingenua transparencia nunca da en el blanco. Por esto Alfonso Reyes afirma que Eckermann jamás pudo ofrecernos la imagen de “un Goethe en pantuflas”, ya que solo transcribe un retrato fidedigno, un testimonio al pie de la letra[7]. Así, pues, valga recordar esta frase de Nietzsche: “Todo lo que es profundo ama la máscara”. Y esta fue la senda sinuosa que elegí: mi traducción purpurada. Disperso y multiplicado, mi Ravines nunca muere; es una entidad omnipresente, sigue vivo gracias a una mandrágora y vive rodeado de gatos. Mi traducción purpurada excede y sobrepasa la biografía histórica. Y también, como eje primordial de este procedimiento, aparece esa visión sarcástica que el jurado ha puesto de relieve. Por este motivo muchos personajes aparecen trastocados desde el sarcasmo más extremado, tales como Haya de la Torre. Ello es que el sarcasmo revela el gesto maligno y tortuoso de políticos e intelectuales con quienes era necesario zanjar diferencias.
En Nocturno de Chile de Roberto Bolaño encontré un camino para escribir una novela que pudiera saldar cuentas pendientes con generaciones anteriores. En La trampa de Magda Portal descubrí la valentía de denunciar sin tapujos a grupos de poder. Y la novela Changó, el gran putas del intelectual afrocolombiano Manuel Zapata Olivella iluminó mi objetivo: escribir para enfrentar un legado de injusticias. Y en esta travesía siempre volvía a Alberto Flores Galindo: releía su obra, tejía mis conversaciones con él y en su lucha encontraba el denuedo para continuar mi escritura. Unas líneas de su última carta me hacían recordar porque estaba escribiendo Los espectros: “Pasar cuarenta años en este país es haber hecho demasiadas transacciones, consentimientos, silencios, retrocesos”[8].
Contrario a las costumbres, no diré que mis influencias vienen de las letras norteamericanas, tampoco mencionaré nombres impronunciables de la literatura europea. No es este mi camino. Las obras que me inspiran y asombran han sido escritas por autoras y autores indígenas. Novelas como Cherrufe = Bola de fuego de la escritora mapuche Mariela Fuentealba Millaguir o Cecilio Chi’ del escritor maya Javier Gómez Navarrete me guiaron para enfatizar el talante combativo de mi novela, enseñándome que se escribe para denunciar los despojos territoriales y el genocidio en contra de los pueblos amerindios. Y en estos textos también aprendí otras formas de pensar la historia más allá de moldes eurocéntricos. Otros autores que me motivaron a concebir la escritura como denuncia de la violencia fueron los narradores tsotsiles Nicolás Huet Bautista, Mikel Ruiz y el poeta náhuatl Martin Tonalmeyolt. Asimismo, la poesía en lenguas originarias fue un aliento para cuidar la expresión del lenguaje, para tejer cada verbo con esmero. Considero que la mejor poesía de Latinoamérica hoy en día es la poesía escrita en lenguas originarias. Así, he hallado una guía para delinear una palabra habitada, una palabra con ánimo y potencia, en la obra de los escritores mixtecos Nadia López García y Florentino Solano, en los versos de la escritora tutunakú Cruz Alejandra Lucas Juárez, en el trabajo de las poetas en lengua quechua Gloria Cáceres y Dida Aguirre.
Creo que ahora es momento de agradecer a quienes me permitieron, de diferentes maneras, escribir Los espectros. Gracias a mi madre, Aida Cecilia Olortegui Loreña, por su cariño y por apoyar mi temprana decisión de estudiar literatura. Igualmente, agradezco a mi hermana Yohovana Vargas por nuestras conversaciones literarias. Agradecido siempre estaré a Cesar Augusto Lopez Nuñez y Lenin Heredia Mimbela. Nuestra amistad es lo que hace más sosegada esta vida inevitable, dejando la brisa de un delicado temblor en medio de rastacueros y fuegos fatuos. Gracias al poeta chileno Marcelo Rioseco por volver a encauzarme en las rutas literarias. Muchas gracias también a Antonia Alvarado, por contarme la historia de su bisabuela Sylvia Moore y que me ayudó a apuntalar las escenas finales. También quiero agradecer a Fabiola Guzmán Loayza por su apoyo y paciencia, que me ayudaron a seguir escribiendo en medio de albures, viajes y desazones. Asimismo, debo gratitud a mis colegas de St. Mary’s University: Meghann Peace y Mark Lokensgard, quienes me han ofrecido un espacio cordial y estable en donde pude concluir Los espectros. Gracias también a Mark por nuestras conversaciones sobre Fernando Pessoa, literatura brasileña y novelas de espías.
Y, por encima de todo, gracias enormes e infinitas a mi hija ILLARI Isabel Elguera Guzmán, a quien dedico esta novela. Yo comencé a escribir Los espectros cuando ILLARI estaba cerca de nacer. En las noches le pedía que me diera un poco más de tiempo para concluir las últimas páginas del primer borrador. Le pedía un poco más de días para terminar el trazo de un personaje, para rehacer la escena final. ILLARI, al parecer, escuchó mis pedidos porque nació un poco después de los nueve meses. Pero también agradezco a ILLARI porque ella siempre ha sido el relámpago que me ha iluminado en los días de mayor desaliento y confusión.
Al escribir esta novela he buscado desentrañar y criticar nuestro pasado y presente. Y por esto mismo confieso que ella refleja todo lo que aprendí en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Siempre escribo pensando en un público sanmarquino, en el Patio de Letras, en mis clases como estudiante de literatura con los profesores Gonzalo Espino, Mauro Mamani, Camilo Fernández, Santiago López-Maguiña, Miguel Angel Huamán y Carlos García Miranda. Escribí Los espectros con una voluntad: inventar una novela capaz de confrontar a grupos políticos e intelectuales que han perpetuado injusticias, crímenes y traiciones a lo largo de nuestra historia. Y en contra de Ravines, su estirpe política y legado, me gustaría leer estos versos en quechua del poeta Washington Córdova Huaman, los cuales he usado como epígrafe. El poema se titula “Llunk’u”:
Iskay uya, mawla, llunk’u,
runa sipiq, upichu, suwa,
llulla, qara uya.[9]
Muchas gracias por su atenta escucha y tiempo.
Chorrillos, Lima, 25 de enero de 2024
[1] Flores Galindo, Alberto. La agonía de Mariátegui. Instituto de Apoyo Agrario, 1989, p. 126.
[2] Paz, Octavio. Traducción, literatura y literalidad. Tusquets, 1993, p. 23.
[3] Grossman, Edith. Why Translation Matters. Yale UP, 2010, p. 76.
[4] Ravines, Eudocio. The Yenan Way. Charles Scribner’s Sons, 1951, p. 17.
[5] Kripper elabora esta idea en su libro Narratives of Mistranslation. Fictional Translators in Latin American Literature (2023).
[6] De Campos, Haroldo. “A palavra vermelha de Hoelderlin”. A arte no horizonte do provável e outros ensaios. Editora Perspectiva, 1969, p. 99.
[7] Reyes, Alfonso. Obras completas de Alfonso Reyes, T. XXVI. Fondo de Cultura Económica, 1993, p. 131.
[8] Flores Galindo, Alberto. “Testamento político”. Amauta: vocero mariateguista, no. 54, 1990, p. 9.
[9] Huaman Cordova, Washington. Parawayraq Chawpinpi / Entre la lluvia y el viento. Pakarina ediciones, 2019, p.150.