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20 May2025

Eudocio Ravines y los fantasmas fascistas

“Los espectros”, novela de Christian Elguera Olórtegui entrelaza literatura y memoria histórica a través del controvertido Eudocio Ravines.

Escribe Paolo de Lima

Los espectros (Ediciones Copé, 2025), la primera novela de Christian Elguera Olortegui (Tingo María, 1987), ganadora del Premio Copé 2023, emerge como un debut audaz que entrelaza literatura y memoria histórica para explorar las sombras de la política peruana a través de la figura controvertida de Eudocio Ravines (1897-1979), un político e intelectual peruano conocido por su delirante metamorfosis ideológica. Dedicada a la poeta Magda Portal y al historiador Alberto Flores Galindo, la novela se estructura en cuatro capítulos y adopta una forma híbrida que combina puntos de vista de diversos personajes, correspondencia ficticia y entrevistas apócrifas. Este enfoque recrea un pasado político cargado de traiciones, al tiempo que lo trasciende mediante una alegoría espectral, mostrando cómo las fuerzas ocultas del fascismo y el anticomunismo han moldeado la mentalidad y la sociedad latinoamericana.

La novela se inscribe en una tendencia reciente de la literatura peruana que recupera a Ravines como figura clave que encarna las tensiones ideológicas del siglo XX, resaltando sus virajes radicales y su polémico protagonismo político. Se suma así a obras como El camarada Jorge y el dragón (2023) de Rafael Dumett — donde se reconstruye su juventud como un proceso de formación política y moral en un entorno conservador, ya marcado por la astucia, la ambición y las contradicciones que anticipan su deriva ideológica— y César Vallejo. La vida bárbara (2019) de Jorge Nájar, que lo presenta en el contexto del exilio parisino y las tensiones de la izquierda latinoamericana. Sin embargo, Los espectros se distingue por una dimensión metafísica que, al explorar lo invisible y lo espectral en la historia, bordea el thriller ideológico y la parodia histórica. Esta aproximación se enriquece con referencias al filósofo francés Gilles Deleuze y a historiadores como Eugenio Chang-Rodríguez, Peter Klarén, José Luis Rénique u Octavio Obando, cuyos aportes académicos refuerzan el análisis crítico de las dinámicas de poder y traición.

Ravines —comunista arrepentido, agente al servicio de los poderes más oscuros de la Guerra Fría y, finalmente, promotor del anticomunismo en América Latina— aparece aquí como una figura espectral, arrastrada por voces que lo comandan y lo poseen: los “espectros”, entidades ambiguas que lo llevan a traicionar causas, ideologías y personas. El título de la novela dialoga deliberadamente con la célebre frase que abre El manifiesto comunista (1848): “Un espectro recorre Europa: el espectro del comunismo”. En Los espectros, sin embargo, no se trata del espíritu de la revolución, sino del fantasma de su traición. Esta inversión irónica encuentra eco en el ensayo Espectros de Marx (1993) de Jacques Derrida, donde los fantasmas del marxismo retornan no como doctrina, sino como persistencia crítica, deuda y duelo. Así, los “espectros” de Elguera Olortegui son tanto figuraciones del pasado político como proyecciones ideológicas que siguen contaminando el presente, un mundo político e intelectual cada vez más hegemonizado por espectros fascistas.

En la presentación de Los espectros, el crítico literario Ricardo González Vigil destacó la influencia de la secta garcilasista imaginada en Poderes secretos (1995) de Miguel Gutiérrez: una red invisible de manipuladores ideológicos que refuerza el carácter de la novela como una fábula siniestra sobre el poder, la traición y el control de la historia. Esta figura sirvió de inspiración a Elguera Olortegui para concebir el entorno fantasmal que rodea a Ravines. En ambas obras, la creación de un mundo casi sobrenatural, habitado por fuerzas ocultas que manipulan desde las sombras, permite explorar cómo el poder y la opresión moldean las subjetividades. Esta dimensión espectral y alegórica las convierte en agudas reflexiones sobre la descomposición social y las tensiones históricas marcadas por la traición. En esa misma línea se inscribe Sonata de los espectros (1991) de Nilo Espinoza Haro, que construye también un universo fantástico en el que lo espectral se entrelaza con lo cotidiano para revelar, desde otro registro, la persistencia de lo siniestro en la vida social.

El propósito de Los espectros se revela desde su primer capítulo, “Tiempo de plagas”, donde el narrador alude a una charla en un “pequeño auditorio” de la Universidad de San Marcos, prometiendo desentrañar no solo la figura de un traidor, sino a sus jefes (49). Este narrador, formado en la Facultad de Letras de dicha universidad, y fundador, siendo muy joven, de un grupo literario llamado Maldoror —un homenaje que lo lleva a Montevideo a investigar a Lautréamont—, conecta su trayectoria personal con las figuras de León Bloy y el conde de Lautréamont. Esta relación dialoga con la advertencia de Rubén Darío en Los raros (1896), quien asocia a Bloy con Lautréamont y describe a este último como un “hombre espectral” cuya angustia, expresada en los Cantos de Maldoror (1869), puede corromper a quien lo juzgue, pues, como señala Darío, “no hay que juzgar al espectro, porque se llega a serlo”. Esta noción impregna el título y el tono ominoso de Los espectros, presentando a Ravines como un agente espectral, una amenaza moral y política que trasciende su individualidad y proyecta sombras sobre la historia peruana. La literatura, en este contexto, se transforma en un vehículo que preserva la memoria histórica, mostrando cómo los espectros fascistas —manipuladores ideológicos— perviven como ecos de un pasado que continúa moldeando el presente.

En la novela, Ravines no actúa solo. Se afirma que “Ravines solo ejecutaba órdenes; los titiriteros eran otros” (46), y es descrito como “el verdadero escogido de los espectros, su arma más eficaz. Para ellos no había nadie mejor que él para separar a Haya de Mariátegui cuando aún era posible alguna reconciliación” (47). Golpea a José Carlos Mariátegui con palabras venenosas, engaña a Víctor Raúl Haya de la Torre con argucias de doble fondo y se mueve como un operador sin alma entre doctrinas que agita para destruir. Su influencia se extiende más allá del Perú, atribuyéndosele un rol en las crisis políticas de Chile, especialmente tras el golpe militar de 1973 encabezado por Pinochet, cuando publica El rescate de Chile (1974) y aconseja al nuevo régimen: “Ninguna derecha debe rendirse, ni capitular jamás, ante ninguna corriente de izquierda” (49). Este detalle subraya su papel como agente de fuerzas conservadoras en el ámbito latinoamericano.

El segundo capítulo, “Filosofía de la estafa”, profundiza en esta narrativa al centrarse en la misión de Ravines de enemistar a Mariátegui y Haya de la Torre, ejecutada bajo las órdenes de los espectros. Con un tono crítico, el narrador contrasta la profundidad de Mariátegui con la superficialidad de Haya de la Torre, a quien tilda de hueco, chocarrero y sin alma, comparándolo con “un estanque donde nada se moverá” (88). El narrador va más allá al analizar el legado del aprismo, afirmando que “comprender la influencia que el aprismo ha tenido y sigue teniendo, ver cómo sus líderes de ayer y de hoy siguen siendo intocables y admirables a pesar de tanta bazofia, nos demuestra hasta qué punto Haya cumplió a la perfección el rol asignado por los espectros, y cómo estos han sabido agradecerme, retribuirle, por su ‘colaboración’” (89). Esta cita articula una lectura ferozmente crítica del aprismo, al presentar su influencia histórica como una herencia tóxica que persiste en la cultura política peruana. Al vincular la figura de Haya de la Torre con una estrategia espectral de control ideológico, el narrador refuerza la dimensión alegórica de la novela, en la que las élites políticas aparecen como engranajes de un poder oscuro y persistente.

La intriga se expande con una elegía a Julio Antonio Mella, el revolucionario cubano asesinado en México, cuya muerte es celebrada por su asesino con las palabras “Haya y Ravines estarán felices” (96), sugiriendo una red transnacional de complicidades. Además, se introduce al coronel Felipe Iparraguirre, amigo del líder aprista, quien recauda fondos en Cuba y México y prepara un golpe de Estado en Piura, mientras Haya de la Torre, según el historiador Iñigo García-Bryce, admira los rituales nazis en Alemania (123). Así, el capítulo no solo narra eventos, sino que los eleva a una meditación filosófica sobre la corrupción y la manipulación que moldea la historia política peruana y latinoamericana. La novela pone en escena una red siniestra en la que el poder circula entre bastidores, operando más allá de fronteras y partidos. Esta estrategia narrativa desestabiliza los relatos épicos de redención política, revelando sus zonas oscuras y contradicciones históricas.

En el tercer capítulo, “Morir de no morir”, la trama se intensifica con la aparición de Gamaliel Churata y César Falcón, quienes se suman a las figuras ya abordadas de Mariátegui y Haya de la Torre. Aquí, Ravines se vincula directamente con la muerte del Amauta, sustrayendo su último libro, que sentaba las bases del socialismo peruano, y haciéndolo desaparecer. Este acto subraya su rol como destructor de ideales, un eco de los espectros fascistas que buscan eliminar toda resistencia intelectual. El cuarto capítulo, “Maquinaria de la noche”, culmina con una entrevista al narrador Alberto —el mismo que conferenció en San Marcos—, donde se cuestionan aspectos de su investigación, introduciendo una reflexión metatextual. Esta autorreflexión invita al lector a considerar la novela como un artefacto que no solo narra, sino que interroga su propia construcción, reforzando la idea de que la literatura es una forma crítica de conocimiento y una herramienta para disputar la memoria histórica.

Elguera Olortegui sitúa el origen de Los espectros en 2018, cuando escribía un artículo sobre Flores Galindo durante su doctorado en la Universidad de Austin. Fue entonces que Ravines reapareció en su horizonte como una figura inquietante: un “hombre máquina” u “hombre aparato” que merodeaba las investigaciones sobre Mariátegui. Esa imagen resonó con un cuento que había escrito previamente, “El extraño caso del señor Paniza” (2021), y le sirvió como punto de partida para imaginar una sociedad secreta. Aunque conoció a Rafael Dumett en 2022 en Texas y supo de su novela El camarada Jorge y el dragón, Elguera Olortegui optó por mantener su estilo, esto es, una poética diferente de la minuciosidad histórica de Dumett para ofrecer una recreación paródica y carnavalesca, con elementos fantásticos que sugieren que Ravines sigue “vivo” gracias a fuerzas sobrenaturales. Esta elección subraya su propósito: usar la literatura para tergiversar la historia, no para replicarla, y exponer las fuerzas ocultas que aún persisten en el sistema político y el imaginario de América Latina.

En última instancia, Los espectros se erige como una meditación sobre cómo la literatura preserva la memoria histórica, desentrañando un mundo político e intelectual dominado por espectros fascistas. A través de Ravines, Elguera Olortegui no solo narra una traición, sino que la transforma en una alegoría viva que interpela al lector sobre las manipulaciones que continúan tejiendo el presente desde las sombras del pasado. La novela propone una mirada crítica hacia las narrativas oficiales, desmontando los mitos políticos a través de una escritura que combina archivo, imaginación y sátira. Su fuerza radica en la capacidad de hacer del pasado una escena aún activa, donde los mismos dispositivos de poder siguen operando bajo nuevas máscaras. Al construir una fábula espectral que se mueve entre lo histórico y lo fantástico, Christian Elguera Olortegui invita a pensar la literatura como un espacio de resistencia simbólica. En ese sentido, Los espectros no solo resucita una figura ponzoñosa del siglo XX, sino que cuestiona las formas en que la historia se manipula, se hereda y, cómo no, se olvida.