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Entrevista de Manuel Sánchez (Universidad Católica del Perú). Publicado en “Boomeran(g)”, blog de Julio Ortega
¿Podemos seguir hablando de “generaciones” en literatura?
En América Latina hemos tenido la hipótesis de que la identidad es proveída, entre otras fuentes, por la nación, la raza, la ideología política, la clase social, por nuestro lugar en las migraciones. Sin embargo, desde fines de los años sesenta todas esas postulaciones de construcción de un horizonte cultural a partir de un sujeto situado, entran en crisis. Hoy exploramos la idea de que nuestros proyectos de identidad se dan en la literatura y en nuestra función de lectores. Entra en crisis el gravamen de literatura nacional, que aparece muy limitada y melancólica. Incluso emerge la idea de una literatura no solamente latinoamericana, sino diversa en la escena global de las lenguas. De un modo más específico, se trata de una literatura trasatlántica, esto es, en interacción, diálogo, intercambio, reapropiación, parodia, intervención en las literaturas europeas y, con ello, en la disputa por otro mundo.
Si las literaturas nacionalistas están en crisis, ¿cómo podríamos entender entonces el entusiasmo de la delegación peruana en la última Feria del Libro de Bogotá?
Las ferias son como un “showcase” de lo que está sucediendo. El problema es que el modelo de la feria es ilusionista. Crea un sentido de presente privilegiado que se diluye muy rápido. La retórica del discurso en las ferias es autocomplaciente, nada crítico, poco sobrio y más bien celebratorio. Quizá el problema sea que el aparato protocolar de las ferias, mesas de cuatro o cinco personas, ya se agotó. Es muy poco lo que se avanza en el sentido crítico y analítico de la lectura, más allá de la celebración retórica del escritor y su comarca. Me temo que ya no son una buena guía para la lectura porque prescinden de lo más nuevo y menos protocolar. Lo que propongo es que en vez de mesas masivas promovamos talleres reflexivos de lectura. Por ejemplo, talleres sobre cuentos o poemas. El público se inscribe, leen antes el cuento, y ese espacio sirve para discutirlo. Una vez lo hice con “Casa tomada” de Julio Cortázar y el resultado fue impresionante. Se acabó con la pasividad del espectador, todos tenían algo que decir, y se barajaron hipótesis válidas. Prefiero esa intimidad del texto, y no la cola obscena de cien personas leyendo Cien años de soledad o elQuijote.
¿Se puede seguir hablando de géneros literarios?
Es difícil. Ahora la diferencia entre vida cotidiana y vida artística no es clara. Por ejemplo, en autores como César Aira o Mario Bellatín donde todo es más conceptual, autorreferencial y abismal. Además, aparecen estos espacios denominados no-lugares. Por ejemplo, en la última novela de Agustín Fernández Mallo, que termina con un capítulo dibujado en el que los personajes son el propio escritor y Enrique Vilas-Matas, quienes en la mera realidad no se conocen pero que en una isla flotante de Repsol, en un comic end, hablan de sus lecturas.
¿Cuál cree que es ahora la tradición de los jóvenes escritores latinoamericanos?
Ahora es muy difícil saber dónde está lo nuevo o por dónde va el proyecto de la escritura. Uno lee un libro y ya no sabe de qué nacionalidad es el escritor porque el lenguaje es contemporáneo, las historias tienen una cierta voluntad de objetividad, los relatos son conceptuales, y se juega con ideas y parodias que no se declaran como tales. Al mismo tiempo, son proyectos que plantean comenzar todo de nuevo. Acabo de leer una antología de poetas jóvenes argentinos, deliberadamente parecidos: micro-relatos contados con desapego, sin drama, que pueden ser de cualquier parte. ¿O serán personajes de Aira?
¿Qué opina de la “nueva” crónica latinoamericana?
Creo que es un género sentimental, en el que el cronista evidencia una fácil emotividad. Es un género menor que no tiene mayor virtud que su brevedad. Hay grandes cronistas, como Alma Guillermoprieto, Carlos Monsiváis, Edgardo Rodríguez Juliá, Tomás Eloy Martínez. Estos cronistas mayores seguían el modelo del periodismo investigativo. Los cronistas de hoy escriben sobre lo que ven en la calle y testimonian sus estados de ánimo, bochornosamente personales. No hay en ello nada intelectual.
¿Qué piensa de las sagas de literatura fantástica, por ejemplo, Game of Thrones?
La necesidad de la fábula la provee mejor el cine o la televisión. Es evidente que estamos en un época de anti-fábulas, y estas series responden a esa nostalgia. También creo que tiene que ver con el trasfondo de violencia de estas sagas, y con la idea de que vivimos en la época más violenta de todas, no por el número de muertos sino por el número de los marginalizados. Así se puede entender quizá Game of Thrones, como la historia de un estado en formación que atraviesa la corrupción y la violencia buscando legitimarze, gracias al final feliz de un dragón.
¿Quiénes estarían en su lista actual de mejores escritores latinoamericanos?
César Aira, Mario Bellatín, Diamela Eltit y Rodrigo Fresán. Ahí podríamos hacer un corte. Luego todo se hace más textual, el lenguaje cobra más independencia, la obra de arte es menos importante, y se busca un lector diferente. En Argentina, Matilde Sánchez; En Chile, Alejandro Zambra; en Perú, Carlos Yushimito; en México, Yuri Herrera y Luigi Amara.
Qué diría de los siguientes escritores…
Roberto Bolaño: Un fenómeno de la lectura: más que un autor, un mito.
Rodrigo Fresán: Escribe con mayor libertad y es el más creativo.
Daniel Alarcón: Un escritor global de lo peruano como bochornosa memoria afectiva.
Gabriel García Márquez: Nuestro narrador más clásico. Brujo mayor de la tribu lectora.
Julio Cortázar: Su obra se basa en el asombro, en la revelación, en lo desconocido. Es quien mejor ha explorado el espacio de la subjetividad.