Carlos Roldán Del Águila Chávez

¿Quién no ha tenido, alguna vez, un conjunto de objetos que, por su parecido, su vinculación o su belleza sin igual, haya coleccionado, con el único propósito de apreciarlos, atesorarlos y/o protegerlos? ¿Quién no ha juntado revistas, videos, cassettes, figuritas (o cromos), latas, cajetillas de cigarrillos o cualquier otro objeto o bien mueble que constituya un grupo de objetos sistematizados a la cual podríamos llamarle “mi colección de…”? ¿Quién no ha guardado o acumulado, testimonios emocionales como fotos, cartas, obsequios o inclusive prendas de vestir, que le hayamos construido un significado valioso y simbólico para nuestras vidas?

Todos, de alguna manera, hemos y tenemos esa actitud inherente en el ser humano de “coleccionar” o juntar cosas; algunos de manera crónica y compulsiva, la mayoría de manera natural. Este es el principio base para entender el significado trascendental del concepto de “colección”. La RAE la define como “conjunto ordenado de cosas, por lo común de una misma clase y reunidas por su especial interés o valor”. Aquí es preciso advertir que, la última idea del primer párrafo del presente artículo se presta, en la mayoría de los casos, a la definición de un “fondo”: agrupación de objetos que no necesariamente tienen una vinculación entre si y que, por algún motivo se encuentran reunidos (la mayoría de los casos, de objetos personales de un individuo determinado, se ajustan a este concepto). En mi opinión, son tipos de colecciones al final de cuentas, tal y como ya se viene identificando en el entendimiento contemporáneo de estos conceptos; preferentemente, en el universo de los museos en el mundo.

En un ensayo publicado en la página web de “EVE Museos e Innovación” se expresa una definición de “colección” que quisiera compartir: “De manera general, una colección se puede definir como un conjunto de objetos materiales e inmateriales (obras, artefactos, mentefactos, especímenes, documentos, archivos, testimonios, etcétera) que un individuo o un establecimiento, estatal o privado, se han ocupado de reunir, clasificar, seleccionar y conservar en un contexto de seguridad para comunicarlo, por lo general, a un público mas o menos amplio”. Precisa además que: “para constituir una verdadera colección es necesario que el agrupamiento de objetos forme un conjunto relativamente coherente y significativo”. Lejos de enfrascarnos en un ya tradicional debate sobre el valor del coleccionismo y la responsabilidad sobre este tema en los museos del mundo, quisiera enfocarme en las implicancias de la necesidad de contar con una política nacional de colecciones de patrimonio cultural en un país como el nuestro.

Posterior a la Guerra del Pacífico, cuando la pequeña colección del Museo Nacional que comenzó a constituir Mariano Eduardo de Rivero y Ustáriz entre 1824 y 1830 fue saqueada y tomada como botín por las fuerzas chilenas; Max Uhle promovió un importante número de expediciones científicas hacia inicios del 1901 en adelante, reconstituyendo e incrementando una valiosa custodia de colecciones arqueológicas, resultado de excavaciones sistemáticas y controladas que van a continuar produciéndose, en la medida de las posibilidades del momento, al realizar expediciones científicas y rescates aleatorios, como resultado del crecimiento las ciudades en todo el proceso de reconstrucción del país. Así, las principales capitales de las regiones iban reconstruyéndose, desarrollándose y ampliándose; afectando, impactando y mutilando testimonios inmuebles del patrimonio cultural en los valles de Lima, La Libertad, Lambayeque, Ica, Puno, Tacna entre otras ciudades cabeceras de provincias. Este tipo de colecciones que Uhle y su equipo generaron, se encuentran aún albergadas en algunos museos del Perú y de los Estados Unidos (Berkeley). Así se lograron publicar, gracias a los alumnos de Uhle, la serie “The Uhle Pottery Collections” que fueron estudiadas sistemáticamente por estudiosos como Alfred Kroeber, William D. Strong y Anna Gayton. La recolección sistemática de restos materiales en estas expediciones y trabajos era preferentemente selectiva, pero de igual forma recolectaba testimonios de gran valor diagnóstico y representativo de las áreas de estudio. Así, además de incrementar las custodias con piezas enteras de vasijas de cerámica, fardos funerarios de restos humanos, instrumentos y esculturas de piedra y maderas u otros artefactos; la cantidad de cajas de colecciones “por procesar” (es decir, por armar y reconstruir) eran significativas y pendientes de estudio.

Mas adelante, en el lapso de los años ‘20s y ‘40s, Julio Cesar Tello Rojas, dominó el escenario de las expediciones arqueológicas, constituyendo valiosas colecciones de todo el territorio peruano (prácticamente de todo el territorio peruano) e incrementando drásticamente el número de colecciones arqueológicas que museos como el actual MNAAHP[1], el Museo Brunning, el Regional de Huaraz, el Histórico Regional del Cusco y otros mas actualmente albergan como grandes colecciones emblemáticas del país. Este período fue muy rico en estudios y valoración del patrimonio cultural, donde, además, se pudo legislar (Ley 6634) para proteger y evitar mas expoliación que las que se venían desarrollando en años anteriores y que constituyeron importantes colecciones en diferentes museos de Europa y los Estados Unidos. Aún así Tello logró generar abundantes colecciones de importancia; como por ejemplo el legado patrimonial de los hallazgos de agosto de 1927 en los núcleos funerarios A y B de las necrópolis de Arena Blanca y Cabeza Larga de Warikayan en la Península de Paracas, que reportó 476 fardos funerarios conteniendo las aun incalculables colecciones textiles de mantos y lienzos de cobertura funeraria con camisones, cinturones, turbantes, tocados, mantos, esclavinas y otros artefactos como abalorios, cetros, ofrendas e innumerables bienes muebles, muchos de ellos aún pendientes de estudios detallados. Este es solo uno de los muchos hallazgos que Tello realizó en los principales monumentos arqueológicos de nuestro país. El incremento de colecciones a custodiar creció exponencialmente, generando desde estos tiempos una brecha pendiente de depósitos necesarios para custodiarlos que aún no logramos resolver.

Hacia los años ‘50s y ‘70s predominaron las expediciones de la Comisión Fullbright de Intercambio Educativo de los Estados Unidos aplicados en el Perú que trajo a John H. Rowe y toda una fila de estudiosos (James Ford, Louis Stumer, Dorothy Menzel, Dwight Wallace, Edward Lanning y Gary Vescelius) y estudiantes especializados (Rosa Fung, Carlos Guzmán Ladrón de Guevara, Isabel Flores Espinoza, Duccio Bonavia, Ramiro Matos y Luis G. Lumbreras) a recorrer de nuevo los valles costeros e interandinos recolectando y realizando excavaciones cada vez más sistemáticas y evidentemente incrementando dramáticamente las colecciones por resguardar. Aquí había que preguntarse si la infraestructura museística del país estaba preparada para semejante cantidad de colecciones acumulándose en el tiempo. Afortunadamente las universidades públicas venían implementando escuelas de formación en antropología y arqueología y contaban con museos universitarios que podían albergar las nuevas colecciones arqueológicas. En este período, cabe destacar que, todos los valles de la costa peruana fueron “pesquisados”[2] así como los complejos monumentales de gran importancia que ya venían siendo excavados, no solo por el afán académico y científico sino también como única alternativa de salvaguardar evidencias que podían perderse a partir del crecimiento urbano de las ciudades, del incremento de las vías carreteras y el desarrollo de nuevos asentamientos en zonas mas alejadas del país. Así, sitios como las huacas de Moche, Chan Chan, las huacas de Lima impactadas por las ladrilleras, el monumental conchal de Ancón[3], la zona monumental del Cusco, Arequipa, Trujillo, Ayacucho y otros lugares similares produjeron innumerables colecciones arqueológicas para futuros estudios en detalle, la mayoría de ellos pendientes de realizar.

Llegaron los ‘80s hasta el tiempo presente y los procesos de inversión extractiva, comunicacional y urbana crecieron exponencialmente, generando innumerables proyectos de rescates arqueológicos que han sobrepasado con creces las posibilidades de custodia de colecciones arqueológicas generadas a la fecha; los museos custodios ya no se dan abasto y las condiciones de los museos obligan a repensar qué hacer con las toneladas de colecciones arqueológicas a la espera de ser estudiadas y valoradas. Así se piensa en la necesidad de contar con mas y mejores espacios de custodia y protección y, porque no, de investigación y protección.

¿Cuánto patrimonio requiere custodia adecuada? ¿cuántas colecciones arqueológicas esperan estudios profundos? ¿cuántos museos pueden seguir recibiendo colecciones para una adecuada y digna custodia? Estas son solo algunas de las preguntas que deberíamos hacernos; al igual que ¿es necesario seguir extrayendo colecciones arqueológicas para conocer nuestra historia? ¿Cuánto porcentaje de las colecciones que custodian los museos han sido procesadas o estudiadas y las conocemos a detalle? Deberíamos estar enfocándonos en atender bien lo que custodiamos, por ello sostenemos que ampliar el MNAAHP y terminar de implementar el MUNA[4] es una necesidad urgente y prioritaria.

Cerramos esta entrega, con la promesa de una segunda parte y volvemos al punto inicial referido al concepto de colección, el cual, ahora lo entenderemos como “reunión de objetos que conservan su individualidad y se agrupan de manera intencional según una lógica específica. Esa reunión de objetos engloba tanto a las colecciones de mondadientes reunidas por tal o cual maniático como a las colecciones tradicionales de los museos. Cada una de ellas constituye, por igual, un conjunto de testimonios, de recuerdos o de experiencias científicas”[5]. Este último concepto se va ajustando mejor a las necesidades urgentes que requiere entender nuestro país, para atender su patrimonio mueble.

Carlos Roldán Del Águila Chávez[6]

[1] Museo Nacional de Arqueología, Antropología de Historia del Perú.

[2] “Investigación que se hace de una cosa para descubrir o averiguar algo…” RAE, 2023.

[3] Área acumulada de desperdicios humanos ubicado en la Costa peruana.

[4] Museo Nacional del Perú.

[5] Artículo tomado de plataforma web EVE Museos e Innovación; titulado “MUSEO: ¿Qué es una Colección? 4 de julio de 2020.

[6] crdela@hotmail.com/Arqueólogo, investigador y gestor cultural.