Carlos Roldán Del Águila Chávez

Teniendo un escenario complejo y desbordado en torno a las colecciones en los museos, quiero enfocarme ahora en el tipo de colecciones que en nuestro país se han constituido.

En la época colonial, los “Gabinetes de colecciones” era el referente mas cercano al tipo de colecciones que se conformaban por esos tiempos; recordemos que eran momentos, por lo menos entre los 1500 y 1700 años, de acumulación de objetos, especiales, únicos, extraños y extremadamente misteriosos, del reino animal, vegetal, mineral y antrópico.

Especies disecadas de aves, roedores y reptiles abundaban, muestrarios sistematizados de hojas y plantas también, al igual que muestras de minerales básicos (oro, plata) o piedras preciosas (diamantes, esmeraldas, entre otros) o semipreciosas (cuarzos, amatistas, aguamarinas, turmalinas, turquesas, cristales de roca, entre otros) y, finalmente, restos antrópicos (restos humanos, momias, fardos, cabezas reducidas) o producidos por el hombre (cerámica, textiles, instrumentos de piedra, madera, moluscos, entre otros).

Agreguémosle a ellos, mobiliario mas reciente de manufactura compleja, pinturas, esculturas u otros. Todo esto conformaba un conglomerado de objetos diversos y dispersos, cada uno de ellos con cierta información relevante, que hacía de estos “gabinetes” lugares de curiosidades y “maravillas”. Casi nada ha quedado de este tipo de colecciones en el Perú, tal vez algunas poquísimas muestras de animales disecados, muestrarios botánicos y uno que otro objeto cultural.

A medida que el tiempo avanza, las representaciones muestrales se vuelven mas sistemáticas, como serán las primeras colecciones acumuladas que logró agrupar Mariano Eduardo de Rivero y Ustáriz y que lo publica en coautoría con Johann Jakob von Tschudi en “Antigüedades Peruanas” en 1851; ahí se presentan objetos especiales, destacados por sus particularidades y detalladamente descritos e ilustrados; pero solo eso, objetos que destacan por su forma y valor informativo implícita en ella. Este tipo de colecciones iba perfilando lo que ya en Europa se lograba en otros museos generales en Francia, Alemania, España e Italia: objetos excepcionales y con un valor de unicidad ejemplar; categoría esta última que va a ser el punto central para la valoración del patrimonio cultural en general.

Los principales y mas antiguos museos del Perú de los inicios de la República, van a iniciar su acervo de colecciones de esta forma, con este tipo de colecciones; sin embargo ya hacia los 1900, con la predominancia de la escuela de Franz Boaz de la Antropología Cultural, de la cual se forma Max Uhle, ya se realizaban excavaciones sistemáticas que recolectaban más que objetos excepcionales, lo que abrió un escenario de investigación más interesante en los testimonios materiales de las civilizaciones pasadas. Ya los objetos enteros de las colecciones de los museos no solo contarían con la información formal e iconográfica de los mismos, sino que se contaba con la información contextual de procedencia y características de su presencia (tumba, relleno, fogón, basural, entre otros). Así, ya no solo se contarán con objetos excepcionales en los depósitos de los museos (como aún algunos museos albergan hoy en día), sino que también existirán otro tipo de objetos o muestras que le darán mas valor a los testimonios materiales. Aquí nos detendremos un poco para evaluar cuánto de todo este acervo ha sido completamente procesado para extraer la información completa de ellos… muy poco pienso.

La ciencia avanza, los estudios se complejizan y las técnicas de estudio aportan la posibilidad de incrementar en datos las características de los testimonios, hasta inclusive tener mayor valor un muestrario de contenido de estómago de un cuerpo momificado que los objetos que acompañan a estos; o la evolución biométrica de un cráneo deformado, que su turbante adherido; o la información desbordante que nos pueda proporcionar un análisis químico de las muestras de un fogón recuperado en una excavación cualquiera y que tiene menos interés (por el momento) de presentarse que un abalorio metálico con piedras preciosas.

Aquí entra el formato de colección producto de investigaciones arqueológicas, que recuperan restos materiales de la actividad humana en todo tipo de testimonio físico que evidencie actividad alguna de los antepasados. Las colecciones arqueológicas, como se les conoce, son abundantes y aun no calculadas en volumen con precisión, lo cual es una urgente tarea pendiente de los responsables de su custodia. Actualmente, todo proyecto arqueológico desarrollado en nuestro país recupera la “totalidad” de evidencias culturales; que no está mal, si asumimos el compromiso de procesarlas, pero eso ocurre muy pocas veces. Por tanto, la acumulación de colecciones por procesar es preocupante. Insisto en precisar como brecha pendiente de atender.

Ahora, en los últimos años, otro formato de colecciones se viene incorporando en los museos, me refiero a los bienes representantes del patrimonio inmaterial, que incluyen además de las colecciones etnográficas, que no son muy recientes, a los registros audiovisuales de tales manifestaciones. En los recientes años, este tipo de colecciones ha incrementado su volumen en la medida que las colecciones requieren de materiales comparativos, referenciales y recurrentes de los testimonios que alberga.

Así las cosas, en el Perú, recientemente se han ido incorporando colecciones contemporáneas resultado de los testimonios de violencia, los cuales forman parte de las evidencias de estos sucesos y que acumulan un emotivo y sensible simbolismo y representación que es necesario custodiar. Solo basta referir a las colecciones tanto del Lugar de la Memoria (LUM), como del Museo de la Memoria “Para que no se repita” en Huamanga, el museo “Yalpana Wasi” en Huancayo, o en el mejor de los casos la Colección fotográfica de la Muestra Permanente “Yuyanapaq: Para recordar”. Todos estos casos plasman una realidad concreta a partir de objetos materiales, imágenes y testimonios que requieren ser protegidos y respetados. Todos estos lugares contienen acervos materiales y documentales que no calificarían como Patrimonio Cultural de la Nación… aunque deberían serlo.

Como podemos ver, los diferentes tipos formales (por su formato, no por su oficialidad) de colecciones han ido evolucionando en el tiempo y ampliándose en sus volúmenes hacia dimensiones que actualmente no podemos proteger adecuadamente. Esfuerzos hay muchos, preocupaciones e interés también, pero no lo suficiente. Será tal vez, porque nos enfrascamos en darles la responsabilidad de su estudio tan solo a los altamente calificados y específicos (historiadores, antropólogos, arqueólogos), cuando deberíamos ampliar las posibilidades de estudio e interés a otras ramas del saber y del conocimiento.

Actualmente, estamos discutiendo en incorporar a la normativa del patrimonio conceptos como los “re-entierros” de colecciones o “dar de baja” a las mismas, para permitirnos cierto “respiro” de responsabilidades con lo que ya se tiene en custodia. Antes de eso, deberíamos estar pensando en atenderlas, procesarlas, documentarlas y promoverlas para su estudio en las diferentes disciplinas del saber.

Los que hemos tenido la oportunidad de “adentrarnos” en el estudio de colecciones, podremos dar fe de la importancia, no solo de generar data de importancia sino de establecer y fortalecer contenidos que alimenten nuestra explicación de la historia transcurrida y de consolidar valores de identidad histórica que fortalezcan a nuestra sociedad como una Nación integrada y consistente.

Toda colección o fondo es importante, sea grande o pequeña, institucional o personal, pública o privada, de formato antiguo o de intensiones futuristas; el detalle está en darle utilidad, forma, sentido, contenido. Si no activamos ese aspecto, solo quedan los viejos objetos o temas, acumulados, agrupados y sin consistencia que, con el tiempo, va perdiendo su trascendencia y se convierten en vetustos lugares de nostalgia. De lo que se trata es de activarles su valor estudiándolos, interpretándolos, valorándolos, apropiándolos.

Felipe Criado-Boado y David Barreiro, en el año 2013, publicaron un clásico texto en la revista “Estudios Atacameños” N° 45 (y que se puede encontrar en su versión on line: ISSN 0718-1043) titulado El patrimonio era otra cosa. Ahí abstraen de forma elegante la definición de patrimonio, que, al final de cuentas, resulta siendo el componente principal de uso de las colecciones de los museos. Ahí afirmaban: “Diciéndolo de forma breve, el patrimonio se puede comprender como la huella de la memoria y el olvido” (Criado-Boado y Barreiro, 2013). Creo que es una forma muy precisa de explicar el valor de las colecciones, cuando logramos convertirlas en una huella que permitirá recordar la memoria de las sociedades.

Ese juego de palabras me permite explicarles porqué merecen los acervos tener fondos, colecciones o como quieran llamarlos. Creo que en Perú nos quedamos algo estancados en la primera o tal vez segunda forma de constituir colecciones, como lo he explicado al inicio del texto. Creo firmemente que la ruta interpretativa de las colecciones con ese objetivo tiene más sentido que el simple estudio descriptivo o explicativo de la superficie formal de los objetos. Considero que escudriñar a profundidad en las colecciones nos permitirá tener una visión mas honesta y consistente del paso de nuestros ancestros por esta realidad, la que indefectiblemente está conectada con nuestra realidad concreta contemporánea de nosotros mismos, aquí y ahora.

Con esta perspectiva, los estudiosos de los museos no resultan siendo personajes extraños y pintorescos, sino considerarse en elementos sustanciales del estudio de nuestra sociedad.

Carlos Roldán DEL AGUILA Chávez[1]

Octubre, 2023

[1] crdela@hotmail.com/Arqueólogo, investigador y gestor cultural.