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La poesía es –parafraseando a Anne Carson– parecida a algo que buscamos a tientas en la oscuridad. Algo que no vemos pero que intuimos, que podemos sentir. Por esto puede resultar tan complejo escribir poesía o hablar de ella. De hecho, creo que, en ambos casos, escribiéndola o pensándola, aceptamos una lucha por asirla y mirarla a los ojos. Pero la poesía escapa, como el agua, de cualquier mano que intente estrecharla. Frente a esta dificultad, hablar de un poemario que se sitúa e imita a un tránsito, un devenir, implica el doble reto de pensarlo como una intuición a oscuras, pero también como un conjunto de paisajes que yuxtaponen una exterioridad material (lugares históricos, culturas, celebraciones, artistas con los que dialoga) con una vida interior llena de música. Por todo esto, me resulta particularmente grato presentar este libro.
“En los bosques de infinita música” de James Quiroz* atendemos a un conjunto de poemas organizados en cuatro apartados, sobre los cuales quisiera señalar algunas palabras que evidencian la yuxtaposición de espacios a la que me he referido anteriormente. El primero se titula “Vigencia de la máscara”; el segundo, “El fuego en la lengua”; el tercero, “Bonzos” y finalmente, “Arden las ciudades”. Cada uno de estos acápites parecen aludir a cuatro direcciones hacia las cuales la mirada del yo poético hace una suerte de zoom o acercamiento. Pero este yo poético, es decir, este sujeto que protagoniza la escritura está en constante movimiento. Pasea, camina, deambula de un modo particular y errático asemejándose en su tránsito a la marea, que no cesa, sino que es constante y rebelde. Atender a su paso, es, entonces, atender al diálogo entre espacios y experiencias, o, dicho de otro modo, a la forma como ha elegido para poblar su memoria. No en vano, por ejemplo, aparece Odiseo, un héroe legendario de la mitología griega que viaja y atraviesa diversas aventuras que lo llevan, finalmente, a regresar a su lugar de origen. Digamos, al nostos. En este poemario, Odiseo no solo es el título de un poema y la voz que lo cuenta, sino que es también un símbolo que nos permite seguir el trazo de unos dedos sobre un mapa, sobre una ruta bifronte. Al respecto, me parecen necesarios algunos apuntes.
Quiroz, ha llenado estas páginas de espuma, de orillas, mareas, muelles, olas, como protagonistas del espacio interior del yo poético y del otro exterior en el que habita la urbe, el mar, la provincia y la ciudad. En esta línea, nos interesan particularmente las dos últimas secciones del poemario. “Bonzos”, título del tercer apartado, es la castellanización de la palabra japonesa bonzu 坊主, que significa “monje budista”. Este es un compendio dialógico –o un homenaje– en el que el yo poético conversa con poetas y músicos de diferentes tradiciones, estilos y épocas. Entre ellos, Javier Heraud, Luis Hernández, César Vallejo, César Calvo, Jorge Eduardo Eielson, Cesare Pavese, Giuseppe Ungaretti, el español Juan Ramón Jiménez y la argentina Alejandra Pizarnik. Los músicos y compositores, a los que dedica poemas son Chopin y Cohen. Cada poema, conversa, como comenté antes, no solo con el estilo de dichos autores sino con su poética. Por ejemplo, en el poema “Hernández”, Quiroz escribe: “Hermanito, / no has comentado el poema que te escribí / ni has sospechado que pueda ser el último / Hay un disco de regalo para ti / recógelo cuando vuelvas de aquel concierto” (64). El uso del “Hermanito”, la escritura que imita la estética epistolar, la alusión a la música, todo esto perfila claramente un diálogo con un interlocutor al que se conoce bien. Hernández, su escritura, sus palabras, su conocida melomanía aparecen en este bosque que Quiroz ha sembrado. Otro poema homenaje que demuestra el diálogo directo entre el estilo y la poética de un autor es “Eielson”. Lo cito brevemente: “Roma nos/acoge con asombro nos/hace un nudo/en/ la garganta” (72) este lugar al que alude Quiroz es relevante tanto en la vida de Eielson como en su creación poética. El conocido poemario “Habitación en Roma” (1955) reúne textos de un caminante, de un sujeto que observa su propio tránsito y el espacio que lo rodea. Algo parecido con el verso de Quiroz que reza “hace un nudo en la garganta”, aludiendo, en realidad, a la creación de artística-visual de Eielson en la que, siguiendo a Acha (2004) “las telas, los nudos, los colores y pliegues reales y tangibles, comprenden sus nudos también denominados Quipus en homenaje al mundo prehispánico de su país y como inspiración en la textilería paleoperuana”.
La cuarta y última parte titulada “Arden las ciudades” atiende a eventos dispersos: Conga y su estado de emergencia en el 2011, “Salida del rey Momo” aludiendo al primer día del carnaval en Cajamarca, y “El día en que Mampuesto trajo a sus muertos por la ciudad y los condujo al mar. Fenómeno del Niño, Trujillo, 1998”. Este poema es uno de los que mejor expone la relación continua entre los espacios interiores y los exteriores del yo poético. Me explico: rezan las noticias de diversos diarios peruanos que el cementerio de Mampuesto, por su ubicación sufrió los impactos de huaycos provocados por la lluvia del Fenómeno del Niño en el año 1998.
El paisaje del poema alude a los cadáveres de dicho camposanto que fueron arrasados por los deslizamientos, por los huaycos y cómo con su tránsito comienzan a habitar otro espacio: el de los vivos, el de la ciudad de Trujillo. Mampuesto es el escenario que permite ver la yuxtaposición de los espacios de vida y muerte. Ya que siendo arrastrados los huesos, los féretros, las tumbas, la ciudad comenzó a poblarse de vidas muertas y el cementerio, desierto de vida, comenzó a parecerse, al menos físicamente, a una playa. No deja de ser impresionante la imagen de los cuerpos inertes flotando “frescos y limpios como la última vez” siendo observados por el yo poético, que camina, los mira, y nos entrega ese paisaje.
Este poemario nos aterriza en geografías e historias re-creadas y yuxtapuestas por el yo poético. Recogidas de la historia contemporánea de nuestro país, espacios que se mezclan, homenajes a artistas que se inmolan, lenguas de fuego que nombran aceleradamente, sin puntuación, brevísimas todas, estampas de una vida que transcurre en diferentes tiempos y espacios. Este es un libro que nos permite mirar algunos eventos importantes de nuestra historia nacional, así como un homenaje, a poetas y músicos que comparten esa perspectiva bifronte que señala, continuamente, el poeta mientras camina, mientras nos permite atravesar las páginas una a una a través de su mirada.
*Premio Copé de Plata de la XIX Bienal de Poesía “Premio Copé 2019”
fuente: www.noticiasser.pe