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Lima, 16 de julio de 2020
Un individuo que parece convertir en oro todo lo que toca de manera extraordinariamente fácil; al que le llueven recompensas y puestos de prestigio un día sí y otro también, sin que su permanente sonrisa se convierta en rictus de suficiencia, mientras que el resto de la humanidad debe batallar cotidianamente con más esfuerzos que resultados en cumplimiento de la maldición bíblica, ese individuo, digo, merece toda nuestra admiración, así como toda nuestra rencorosa envidia.
Alejandro Neyra es de esa estirpe, y este premio, entre los más prestigiosos del horizonte literario nacional, así lo confirma. En sus anaqueles se sumará al Premio Novela Breve 2012 de la Cámara Peruana del libro, al Premio Luces 2018, al Premio Cope de Plata de cuento del 2012. Pero también debo citar una recompensa especialmente significativa e importante: el Premio Ciudadanos al día que se otorgó al equipo de Torre Tagle que él dirigió a cargo de la estrategia comunicacional durante el proceso de la Haya. Por la misma razón Alejandro recibió la condecoración al mérito diplomático Gregorio Paz Soldán.
No ha sido ese el único cargo de importancia que ha ocupado en la Cancillería. Fue nombrado al exterior en misiones relevantes, como son nuestra representación permanente en Ginebra y la Embajada del Perú en Chile. En la sede de Torre Tagle era hasta hace poco jefe de gabinete del ministro, luego de pasar por la dirección del Centro Cultural Inca Garcilaso. Pero sus cargos de servicio público son aún más destacados fuera de la Cancillería, lo que es más bien raro en los diplomáticos peruanos: como se sabe, esta es la segunda vez que asume el Ministerio de Cultura, luego de haber sido director de la Biblioteca Nacional.
Ante un personaje así, la envidia puede manifestarse de muchas formas. Una de las más suaves es la de atribuir la razón de una carrera exitosa (en este caso, más de una) no a méritos o trabajos propios, sino a la pura suerte. Haber nacido bajo una buena estrella.
Veamos, pues, el cielo estrellado de Alejandro Neyra, el día en que nació. Entre paréntesis, no creo en el valor predictivo de los horóscopos. pero la astrología me parece un sistema complejo como las matemáticas y bello como la literatura, que amerita ser visitado. y que siempre me sorprende.
Alejandro es libra con ascendente leo. Aire con fuego, equilibrio con desmesura. Pero además cuatro planetas se apelotonan al lado de su sol en la casa 3, precisamente la de la comunicación y la escritura. Esos planetas son la luna (la sensibilidad), Venus (los amores), Marte (la acción) y Urano (la originalidad). Hasta ahí todo bien. el tenebroso Saturno, sin embargo, si bien da profundidad, establece tensiones desde su ubicación en la carta astral. Felizmente el hábil y ligero Mercurio restablece equilibrios, ligando al viejo cascarrabias con el luminoso Júpiter.
Si un especialista leyera esta carta sin conocer al dueño de ella seguramente diría que la persona auscultada podría alcanzar éxito en la diplomacia, la literatura o el periodismo. Esto confirmaría lo sospechado: Alejandro Neyra es un suertudo, eso es todo.
Pero quienes lo conocemos bien sabemos que eso no es cierto. Que no trabaja menos que los demás, sino que lo hace en la mitad de tiempo, encima con estilo. Escribe un cuento o un discurso a la velocidad de un whatsapp sin perder la sustancia. Ello, entre otras cualidades, le permite destacar por igual en las dos carreras que conduce al mismo tiempo.
Lo más curioso es que los reconocimientos que recibe y las responsabilidades cada vez más altas que asume no parecen haber variado en lo más mínimo su capacidad para mofarse de sí mismo y –por extensión, podría decirse– de los augustos pasillos de Torre Tagle. Alejandro Neyra no es el primer escritor diplomático, tanto en la escena internacional como en el Perú, y menos aún el primero que maltrata los ritos y costumbres de la carrera. Pero debe ser uno de los que lo ha hecho con mayor frecuencia y pertinacia. Y por cierto talento, lo vuelve a demostrar con este libro.
Pero hay otra constante aún mayor en la obra de Alejandro Neyra: el Perú. Prácticamente todos sus libros llevan en su título el nombre de nuestro país o de sus habitantes: Peruanos ilustres, Peruanas ilustres, Peruanos de ficción, la trilogía “CIA Perú 1985”, Biblioteca peruana, Breve historia (o)culta del Perú y hasta una rareza cartonera, “Peruvians do it better”. Prácticamente en todos ellos se trata al homo peruvianis con algo que me atrevo a calificar con el oxímoron de una cariñosa ironía.
Comentando una obra anterior –CIA 1985– dije que Alejandro había inventado un género: la ultraparodia (su personaje, el espía Malko, es una versión parodia del espía Malko creado por el francés Gerard de Villiers, a su vez parodia de James Bond, que es igualmente parodia de un verdadero espía). Este nuevo libro prosigue y profundiza la fórmula. Esta vez el juego de cajas chinas se basa en un hecho real, el asesinato de un diplomático peruano por su joven secretario y amante en la Lima de los años 50. En este crimen se basó otro diplomático peruano, el embajador Edgardo de Habich, para escribir y publicar la novela “El monstruo sagrado” en 1964. A su vez, el yo-narrador del libro de Alejandro Neyra se inspira en ambas historias –la real y la novelada– para contarnos su propia historia, su monstruo sagrado. Pero a ello se suma el yo del escritor que introduce una nueva dimensión a la ya vertiginosa narración.
Una reflexión de carácter más general: me doy cuenta de que en realidad, lo que está haciendo Alejandro mientras desarrolla toda su obra –y no solo este libro– faceta a faceta, como quien construye un poliedro, es ir creando una inmensa e inagotable parodia a la que me atrevo a calificar de ontológica, cuya principal materia es qué es ser peruano.
Por eso se le perdona excesos y burlas. Y también porque goza de una patente de corso semejante a la que desde la antigüedad los poderosos reservaban a esos curiosos y coloridos personajes (joker, fou du roi o bufón) que los divertían, pero que también osaban faltar el respeto a los nobles y decir lo que nadie decía. Como lo expresaba Quevedo: “costumbre antigua de príncipes tener cerca de sí locos para su entretenimiento. Quizás permisión de Dios, para que si los cuerdos no les dijeren las verdades, se las digan los locos para su advertimiento y para confusión de los otros”.
Pero atención: si bien Alejandro Neyra comparte con estos especímenes la capacidad de decir las verdades con una paleta que va de la exageración al amable humor, pasando por la ironía, la diferencia es que no se le puede tildar de loco, como prueba la hoja de vida antes citada. Salvo la de obrar como aguijón, nadie da responsabilidades a un loco.
¿Qué o quién es, entonces, Alejandro Neyra?
Luego de mucho cavilar he llegado a la siguiente conclusión: Alejandro Neyra es un personaje de Alejandro Neyra. Me viene a la mente un conocido grabado de Escher: las manos que se dibujan una a la otra. El autor que crea un personaje que determina a su autor.
¿Y quienes somos nosotros frente a ese mundo?
Creo que, finalmente, todos somos personajes de Alejandro Neyra, tratando de navegar mal que bien, aceptando nuestros límites, si es posible con resignada sonrisa, y ciertamente con mucho trabajo, en esta tierra y estos tiempos tormentosos.
Embajador Carlos Herrera
Alejandro Neyra. Mi monstruo sagrado. Lima. Ediciones Copé – Petroperú. Julio 2020.