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02 Set2014

Victoria Santa Cruz

Fuente: Nelson Manrique. Diario La República. 02/09/14. Página 5.

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Victoria Santa Cruz fue la última en irse entre sus hermanos y cierra así un ciclo en la historia de una familia legendaria.

La conocí cuando di una conferencia sobre la cuestión racial en el Perú, y con facilidad entablamos una amistad que con toda naturalidad incorporó a mi mujer y mis hijos.

James Lipton (me lo ha recordado Javier Luna en el velorio) preguntó en cierta ocasión a la gran actriz Helen Hunt –que había ganado cuatro premios ese año, entre ellos el Oscar, por roles muy diversos– de dónde había sacado semejante versatilidad y la Hunt habló de una profesora maravillosa que tuvo en Carnegie Mellon, llamada Victoria Santa Cruz (“¿De Peru Nebrasca?” “No, de Perú, Perú”). De ella aprendió –dijo– que todos tenemos un ritmo interno y que debemos descubrirlo y actuar en sintonía con él. “Me sintonizo con mi ritmo interno, concluyó Helen Hunt, y puedo encarar cualquier rol”.

Victoria pasó dos décadas como profesora en Carnegie Mellon University. Muerta de risa hablaba de los hándicap  que tuvo que afrontar para ganar ese trabajo: “Era mujer, latinoamericana y negra. ¡Solo me faltaba la lepra!”.

Para llegar hasta allí debió enfrentar el racismo imperante aquí y allá. De una estadía en los EEUU su padre trajo una colección de música clásica en la que destacaban Mozart y Wagner y que se convirtió en el tesoro familiar. Pocos saben que el oficio original de Nicomedes era forjador de rejas metálicas.

Pero por el ritmo y la música ellos trascenderían mucho más allá del lugar al que aparentemente les confinaba su lugar de origen. Victoria reía recordando los almuerzos familiares, en los cuales las comunicaciones tamborileando en la mesa, con varios diálogos rítmicos entremezclados terminaba en el juego de que uno de los hermanos proponía un patrón y los demás lo desarrollaban. Lo demás vino por añadidura.

De sus investigaciones Victoria concluyó que el gran aporte cultural del África a la humanidad es el ritmo y que este lo organiza todo. Un pequeño texto recoge parte de sus reflexiones (Ritmo: El eterno organizador. Lima: Eds. Copé, 2004). El ritmo surge orgánicamente; de allí que deba fluir de dentro para afuera. Por eso detestaba que los estudiantes lleven el ritmo contando, como se enseña en las academias.

Como maestra los gritos de Victoria eran proverbiales. Era muy exigente y literalmente aterraba a quienes no la conocían. Pienso que muchos no lograron pasar la superficie con la que había aprendido a defenderse y llegar a su maravillosa humanidad. El sobrecogedor poema “Me gritaron negra” provino de la temprana experiencia de haber sido expulsada de los juegos infantiles por sus amigos de barrio en La Victoria, por la exigencia de una nueva vecina, una niñita rubia que anunció que se negaba a jugar si no se iba esa negrita: “¡Una puñalada habría sido una caricia al lado de esa traición!”. Así descubrió qué era ser negra . Pero Victoria era muy consciente de sus otras herencias. En cierta oportunidad me señaló en su rostro el área comprendida entre la frente y las cejas y me dijo: “Esto es indígena. Los Santa Cruz también tenemos sangre india”.

Victoria exigía la mayor calidad en los proyectos que emprendía. Había que verla con su majestuoso porte, el brazo en alto con el pulgar y el índice haciendo un círculo perfecto y los otros tres dedos extendidos con una inigualable elegancia. Entonces enarcaba las cejas y lanzaba un inapelable: “¡A ver…! ¡Chiquita!”.

A fines de los ochenta el gran director inglés Peter Brook preparaba en Londres el montaje de su monumental Mahabharata, el gran poema épico hindú, y convocó a Victoria y otros grandes especialistas sobre el ritmo para armar la música del espectáculo. Había percusionistas de todos los continentes, con instrumentos muy complejos y Victoria llevó a Eusebio Sirio, Pititi, y su cajón. Cuando Brook conoció a Pititi le preguntó por su instrumento, viéndolo más bien con conmiseración. Pititi empezó entonces a tocarlo y en un momento se armó un corro de los otros percusionistas. Sumó uno su instrumento a la improvisación y los demás les siguieron. Armaron así una maravillosa sinfonía entre gentes que venían de todos los confines, hablaban distintos idiomas, que nunca se habían visto y que podían comunicarse sin embargo a un nivel inefable.

Victoria se va a un mes de la partida de Rafael y ambos se reincorporan al ritmo del Universo. Desde allí nos acompañarán.

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