Alejandra Ruiz León

Cercanos de finalizar el 2022 hemos llegado al récord de ocho mil millones de habitantes en la tierra. La noticia viene acompañada de asombro, ya que solo hace once años celebrábamos el número récord de siete mil millones de habitantes, y también de cierta preocupación por cómo repartir los recursos para todos los que habitamos este planeta. Conociendo que la población mundial crece de forma constante, esto también nos lleva a preguntarnos qué nos hace únicos en un planeta compartido por millones.

La ciencia tiene algunas respuestas para esta pregunta, un tanto filosófica y otro tanto curiosa. Podemos decir que ese rasgo único en nosotros es nuestra personalidad, las vivencias que hemos experimentado, y también nuestros genes. Todo eso es cierto, pero también determinadas características que poseemos nos confirman que somos únicos de formas inesperadas.

En la punta de nuestros dedos tenemos una de las pruebas de ser únicos. Bueno, casi únicos. Como sabemos, las huellas dactilares son descritas como aquello que nos diferencia de los demás. Aunque no se sabe a ciencia cierta cómo se desarrollan las huellas dactilares, sabemos que alrededor del sexto mes de embarazo los fetos ya empiezan a desarrollarlas. En su creación intervienen factores genéticos, pero también características del ambiente de los fetos como la locación que tienen dentro de la barriga de la mamá o la densidad del líquido amniótico.

La supuesta unicidad de las huellas dactilares las ha posicionado como sinónimo de nuestra identidad. Es así como usamos las huellas dactilares para los registros nacionales, transacciones bancarias y escenarios criminales. Desde el siglo XIX, estas se han usado para determinar la responsabilidad en crímenes de todo tipo. A pesar de considerarse un método objetivo de identificación, en algunos casos registrados se ha comprobado que hay personas que comparten huellas digitales. Con el mayor uso de las huellas digitales para determinar responsabilidades criminales, también hemos visto un mayor número de casos en los que personas han sido incriminadas erróneamente por compartir huellas digitales con algún criminal. El caso más famoso que pone en duda la objetividad de las huellas digitales fue el ataque terrorista en Madrid en 2004. En este caso, el FBI aseguraba que las huellas encontradas en el lugar del ataque tenían una concordancia del 100% con las huellas de un ciudadano estadounidense, el cual no había salido de Estados Unidos en diez años. Tras detenerlo injustamente, se liberó al ciudadano, confirmando que la identificación de huellas no es del todo infalible.

Menos visibles que las huellas dactilares, pero tal vez más propias de cada uno de nosotros es la microbiota que poseemos dentro. La microbiota se refiere al conjunto de microorganismos como bacterias, virus, hongos, entre otros organismos que se encuentran en órganos como la piel, el tracto digestivo, etc. Aunque asociamos a los microorganismos como algo negativo para nosotros, lo cierto es que estos habitan dentro de nosotros realizando funciones vitales como estimular al sistema inmune, metabolizar las comidas, o sintetizar vitaminas. La microbiota que poseemos no solo es necesaria, si no también es única. En el 2012, se publicaron los resultados de la investigación del proyecto Microbioma Humano referido a la caracterización genética de aquellos organismos que viven dentro de nosotros. Tras años de investigación sabemos que la microbiota de cada uno de nosotros es única pues está conformada por características genéticas que heredamos, así como al ambiente a los que estamos expuestos y los eventos que vivimos. Por ejemplo, el tipo de dieta realizado afecta al microbiota que tenemos puesto; nuestro cuerpo va a responder de forma diferente a lo que consumimos, y al mismo tiempo, esta puede cambiar según cambien nuestros hábitos.

Así como nadie comparte la misma microbiota, tampoco nadie comparte la misma anatomía cerebral. La forma en que nuestro cerebro está formado es algo que nos hace únicos, como resultado de nuestra genética y, nuevamente, del ambiente al que estamos expuestos. Para estudiar esto, diversos grupos de científicos han analizado cerebros humanos de personas que no presentaban ninguna enfermedad determinada. Algunas de las características analizadas son el volumen cerebral, el grosor de la corteza, y el volumen de la materia gris y blanca. Al comparar los cebreros de estas personas, los científicos han logrado determinar características que permiten confirmar que el cerebro de cada persona es único, a pesar de que no podamos usar esta información como método de identificación, como si lo hacemos con las huellas dactilares.

No solo nuestras características personales nos hacen únicos, también la diversidad que existe en la población es algo que nos ayuda como especie. Como sabemos, la diversidad genética permite una flexibilidad en la adaptación, lo cual nos da ciertos beneficios como grupo. Al estudiar qué es lo que nos hace únicos, también describimos qué es lo que nos hace iguales como seres humanos. No solo es nuestra carga genética lo que nos permite responder a las amenazas del ambiente, si no también nuestra capacidad de adopción a los cambios del entorno lo que ha permitido en 2022 alcanzar y anunciar el número récord de 8 mil millones de habitantes.