Alejandra Ruiz León

Si nos detenemos a observar la habitación en donde estamos leyendo esta columna, podremos encontrar diversos resultados de los avances científicos y tecnológicos, desde una computadora o celular hasta implementos de cocina u oficina, y, cómo no, las vacunas que recibimos en meses recientes para frenar el avance de la pandemia. Medir los avances científicos por los productos que aquellos facilitan es algo frecuente, junto con el recuento de patentes que un país obtiene, o la cantidad de investigadores o tecnologías que desarrolla. Pero también hay otra manera de observar el impacto que deja la ciencia y la tecnología: prestando atención a nuestros espacios.

Algunos lugares son reconocidos como espacios de ciencia, y el laboratorio es el ejemplo que encabeza la lista. Por imágenes que hemos recibido de libros de historia y películas, nos imaginamos a los laboratorios como lugares llenos de objetos, donde un investigador solitario lleva a cabo experimentos, toma notas, y con suerte, grita «¡Eureka!». Algunos laboratorios actuales nos ofrecen visitar sus instalaciones, como el Centro Peruano Japonés de Investigaciones Sísmicas y Mitigación de Desastres (Cismid-UNI), donde nos daremos cuenta de que estos lugares no son como los veíamos en el pasado. Primero, vamos a ver a muchas personas trabajando en un mismo espacio, ya que ahora gran parte de la ciencia se realiza por grupos de investigación y no científicos en solitario. El objeto que más veremos serán computadoras, las cuales son las protagonistas para realizar investigación en todas las disciplinas, para analizar los resultados de la investigación, revisar imágenes obtenidas y facilitar la redacción de publicaciones científicas.

Sin embargo, la ciencia y la tecnología no solo se produce a puerta cerrada. También podemos ver cómo la aplicación del conocimiento transforma y domina la naturaleza. Ejemplos de esto son las centrales hidroeléctricas que encontramos en diferentes regiones del Perú, como las centrales del Cañón del Pato, inaugurada en 1958 en Áncash; la de Machu Picchu, inaugurada en 1964; y la del Mantaro. Tres obras de ingeniería ideadas por el doctor Santiago Antúnez de Mayolo (Valles F 2014). Una mirada crítica a estos proyectos nos ayuda a apreciar el cambio que puede producir la implementación de la tecnología en nuestros ambientes, considerando siempre cómo esta interactúa con la sociedad para su beneficio.

Una mirada curiosa también nos lleva a esos lugares donde el conocimiento solía crearse y compartirse y que ahora son preservados para ser admirados. Ejemplos de estos son algunos espacios como los museos de ciencia que podemos encontrar en diferentes ciudades del Perú, especialmente en Lima. Uno de estos espacios es el Museo de Historia Natural de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, que como lo afirma su eslogan estudia el Perú desde 1918. Una foto publicada a inicios de mayo en Twitter por el periodista Emilio Camacho nos recuerda que este museo continúa siendo uno de los favoritos para las escolares en vacaciones, quienes esperan en fila para poder ingresar. Este museo no solo recibe a visitantes en sus salas, también es un lugar donde se sigue generando conocimiento, como vemos con la publicación constante de nuevas especies de plantas y animales, así como publicaciones científicas en el área de Botánica, Zoología y Paleontología, entre otras.

(Imagen publicada por el periodista Emilio Camacho en su cuenta de Twitter, el 11 de mayo de 2022.)

En algunos casos, los visitantes a museos buscan tener un encuentro con la ciencia, mientras que, en otros, estos se llevan una sorpresa, topándose con un ámbito que, de no ser señalado como un espacio donde se aplicaba el conocimiento, pasaría como inadvertido. Un ejemplo de estas gratas sorpresas es el Museo del Convento de Santo Domingo, donde se recrea una enfermería y sección de farmacia, con botes de medicinas y fármacos, usados por San Martín de Porres para atender a los religiosos del convento.

De esta forma vemos que la ciencia y la tecnología dejan huella en la naturaleza y en nuestras ciudades, pero también en nuestras memorias. Algunos espacios que ocupa la ciencia son temporales, por lo cual de estos solo tenemos los recuerdos y la información descrita en su momento. Ejemplo de esto fue la exposición E = ENERGÍA, que se presentó en distritos de Lima, Trujillo y Cusco. La exposición no solo atrajo a miles de visitantes, sino que también incluía objetos que nos recordaban la importancia de otro lugar de la ciencia que ahora añoramos: el museo Itintec, que cerró en 1993. Este museo fue el primer museo interactivo de América Latina, colocándonos como pioneros en el desarrollo de espacios donde los estudiantes y el público general manipulaban instrumentos científicos.

El museo Itintec no es el único espacio de ciencia que ahora recordamos por las historias. Revisando los periódicos de la Hemeroteca de la Biblioteca Nacional, encontraremos fuentes que recogen lugares, como el Acuario del Parque de la Reserva que se inauguró en 1976 en el Parque de la Reserva, según una noticia del diario El Comercio del 31 de enero de 1976. Este espacio era considerado el más moderno del país, e incluía especies de todo el Perú, en especial de la Amazonía. O el museo ferroviario en Tacna, que fue inaugurado en 1978, como lo indica una publicación de marzo de 1979 en el diario Expreso, y reabierto en 2021, pero que a la fecha se encuentra cerrado temporalmente. Junto a estos espacios que ahora recordamos, también se encuentran otros lugares que si bien no eran de producción científica, si estaban relacionados con su impacto, como uno de los primeros cinemas de América Latina, ubicado en el distrito de Lobitos, en Talara, una ciudad con un gran pasado industrial (Hidalgo 2011).

(Noticias del diario El Comercio del 31 de enero de 1976 por la inauguración del Acuario del Parque de la Reserva y del diario Expreso del 1 de marzo de 1979 por la apertura del Museo Ferroviario de Tacna. Ambas imágenes obtenidas por la autora del artículo en la Hemeroteca de la Biblioteca Nacional.)

Todos estos lugares no solo constituyen parte de nuestro acervo, pertenecen también a nuestro patrimonio industrial, un concepto que solemos olvidar puesto que vemos a la ciencia y a la tecnología principalmente por su valor como cuestión novedosa, y la consideramos obsoleta cuando es reemplazada por flamantes desarrollos. Sin embargo, estos lugares que recogen la ciencia del pasado nos ayudan a ver el desarrollo como parte de nuestra historia y de nuestro patrimonio cultural e industrial, el cual nos invita a valorar el conocimiento creado y aplicado en nuestro país.

 

Referencias

Hidalgo, Neydo. 2011. «Patrimonio industrial en el Perú. El antiguo campamento petrolero de Lobitos: Un patrimonio industrial en agonía». En Patrimonio Industrial en el Perú (blog). 11 de mayo de 2011. <https://patrimonioindustrialperu.blogspot.com/2011/05/el-antiguo-campamento-petrolero-de.html>.

Valles F, Luis. 2014. «¿Quién fue Santiago Antúnez de Mayolo?». En Revista de la Sociedad Química del Perú, 80 (2): 144-45. <www.scielo.org.pe/scielo.php?script=sci_abstract&pid=S1810-634X2014000200008&lng=es&nrm=iso&tlng=es>.