Luis Guillermo Lumbreras

En la antigüedad, el mundo de las creencias estaba estrechamente ligado al mundo de las ciencias, confundidos ambos en códigos de estrecho parentesco con la religión y las costumbres.

El mundo de las creencias se sustenta en las respuestas que se obtienen en relación con la vida y el destino. Es la búsqueda de respuestas a aquello que está más allá de los fenómenos accesibles. La muerte, por ejemplo. El refugio de lo que no tiene respuestas es el misterio y detrás de los misterios están los dioses y los espacios inaccesibles como los cielos y los infiernos, donde ellos moran. Los dioses son un misterio y por eso deben ser concebidos a partir de la más escrupulosa imaginación. Lo que está más cerca, pero es inaccesible, puede ser un dios, según los efectos de su presencia. Cuántos más misterios y poder haya en su entorno, ellos tendrán una jerarquía divina reconocible.

El cosmos y los fenómenos físicos que se activan en su entorno son por eso una fuente de reflexión divina de primer nivel: el sol, la luna, las estrellas, el rayo son entidades lejanas generadoras de fenómenos celestes, tales como el viento, la lluvia, los truenos y relámpagos, hechos susceptibles de ser percibidos por nuestros sentidos. Los dioses cósmicos actúan a través de ellos.

Pero hay fuerzas invisibles, que deben o pueden estar detrás de ellos. Son dioses de misterio absoluto, pues a diferencia del sol o la luna, ni siquiera se pueden ver u oír. Wiraqocha es uno de ellos y también tal vez Pachacamac y Kon. Los imaginamos y hasta los podríamos describir a través de sus poderes de creación de las cosas y los seres humanos, pero no los puede ver nadie, salvo algún escogido que vive en la cima de los misterios. En el mundo incaico había una jerarquía de estos personajes, donde el Willaq-umu estaba a la cabeza. A la cabeza, con los límites impuestos por el sistema, que concebía al Inca como hijo del dios sol, “Inti”. Para llegar a esa condición, se asumía tener gran sabiduría y haber pasado por muchas pruebas a lo largo de su existencia. Es un ser que puede tener tratos con un dios y por eso era distinguido entre todos los hombres y mujeres.

La relación de los seres humanos con los dioses exigía toda una organización, que obedecía a cánones muy formalizados mediante niveles de ceremonias y reconocimientos. Debían establecerse lugares sacralizados para comunicarse con los dioses: los templos, santuarios y adoratorios. En ellos, operaban los miembros jerarquizados del clero y ofrecían servicios –a nombre de los dioses– para todos los feligreses que necesitaran de cualquier tipo de acción, que en el caso del mundo andino estaban ligados a comunidades.

El bienestar depende de los dioses y de su relación con los fieles. Para eso es menester organizar festivales y preparar ofrendas, las que varían según las costumbres y posibilidades de las comunidades. Asimismo, las sanciones por incumplir los mandatos de los dioses, que pueden ir desde sacrificios de vida de las personas hasta pequeños regalos compensatorios, por ejemplo, corazones hechos de plata o “escapularios” hermosos para prender cerca del corazón de las personas, o imágenes que se pueden colocar en el lugar más apreciado de la vida.

Los espacios sagrados son diversos, y van desde lugares identificables como el Qorikancha o Saqsaywaman, en Cusco, hasta Apus que viven en la cima de las montañas o en la profundidad de las cavernas, los lagos o las nubes. Algunas son las Paqarinas donde nacen los humanos y las cosas, otras son los lugares donde se produjeron eventos mágicos notables, como aquel donde apareció Wiraqocha      -en forma de hombre- al Inca, en Raqchi, sobre el Vilcanota. La tendencia es a construir un edificio-memorial en el lugar, o quizá levantar una “wanka” esculpida o no, o hacer una talla en las rocas, imaginando una entrada al cerro o figurando la imagen de una serpiente voraz o de un felino hambriento. Son las fuerzas alternas de los dioses o sus asistentes, como los ángeles de alas muy bellas y sonrisa eterna o los demonios humeantes que se encargan de aplicar los castigos.

La identificación de los “ceques” y las “paqarinas” es indispensable, pese a las dificultades que hay en ello, pero es aún mayor la presentación de rituales como la Qhapaqucha, con el sacrificio de niños o mujeres jóvenes, de los que conocemos algunos casos contados por los cronistas de siglos pasados y que, de algún modo, nos recuerdan también los castigos sometidos contra los enemigos de la fe católica durante la época colonial, cuando se quemaban vivas a las mujeres que eran clasificadas como “brujas” ateas.

Es aquí donde operan las jerarquías y los rangos a los que estaban sujetos los habitantes del mundo andino, lo que incluye los tipos de población que dependían de la estructura incaica; desde los hatunruna o ciudadanos comunes, que podían ser mitayos, mitmaq o yanacuna, hasta los servidores asignados a tareas específicas como las ñustas, aqllacuna y mamacuna, o los “camayuq” especializados en determinadas tareas. A ellos se agregaban los oficiales de los ejércitos y la parafernalia que acompañaba a la guerra, que nunca dejó de tener un componente mágico-religioso ligado a la causalidad de los enfrentamientos.

El mundo de las creencias se expresa físicamente en la magia, las artes y en todas las manifestaciones simbólicas que se manifiestan en la conducta colectiva espontanea, sea en forma musical, la danza o la codificación de las personas o cosas de trato cotidiano, con sobrenombres, compartidos social o grupalmente.

Las manifestaciones colectivas más comunes son las que se acoplan a los dioses y las creencias míticas que requieren ser preservadas y compartidas por las comunidades y, cuando no se inventa la escritura, ellas son presentadas en forma de imágenes pintadas o esculpidas y, con mucha frecuencia, en forma de cantares que se repiten reiteradamente en las diversas ocasiones en que la gente requiere reunirse. Los grupos que asumen cierto grado de poder aprovechan de estos medios para fijar las leyendas de origen de su poder, apoyando con mitos la raíz sacra de su existencia. Es así como los reyes y sus allegados –los nobles– forman circuitos de operación gracias a los cuales se apoderan del producto del trabajo de los comuneros y su poder legendario se transforma en poder real, con capacidad para intervenir en la vida de los demás, con reconocimiento del derecho al poder sobre la vida y los medios de producción de las comunidades.

La magia y las artes fueron generando medios de comunicación colectiva de tipos muy diversos, siendo los medios gráficos los más requeridos, dado que estaban en la línea de informar y guardar noticias sobre las condiciones demográficas y económicas. Éstas fueron convirtiéndose en recursos principales en la vida de las sociedades urbanas que se comenzaron a instalar en los primeros siglos de la era cristiana y, definidamente generalizados a partir de la presencia de Wari en el siglo VI° d.C.

Con todo esto, apareció una nueva forma de comportarse, usando la geografía, la meteorología y el manejo regular de los recursos de la producción agropecuaria y del acceso al agua, mediante medios hidráulicos con cálculo de provisiones para el mantenimiento de la población rural y urbana, así como los requeridos para la exportación con fines mercantiles.

Las relaciones que se establecen en el proceso de trabajo, entre los seres humanos y las condiciones naturales sobre las que actúan, se resuelven gracias a la creación de instrumentos creados por la imaginación y práctica humanas, de modo que dichas relaciones pasan a ser plenamente sociales, bajo el dominio de los trabajadores, que trasladan las relaciones entre personas a una esfera que incluye a los instrumentos extraños al cuerpo humano, creados por las personas al ámbito de las relaciones sociales. En esas condiciones, las relaciones de trabajo pasan también por los trámites ligados a todos los bienes de origen social, como la propiedad y los derechos y obligaciones que nacen con ella.

Los instrumentos, en su conjunto, forman entidades complejas que se sustentan en los principios teóricos de su creación y, entonces, pasan a la condición de sistemas o “campos de operación”, como la medicina con los instrumentos ligados al tratamiento de la salud, la astronomía con los que ayudan a observar el cosmos, las diversas ingenierías, que abordan las relaciones concretas con la naturaleza, ya sea en la creación de medios de vida como las viviendas y otros edificios, o las instalaciones hidráulicas para el manejo del agua, y los caminos tales como las carreteras, puentes o teleféricos; o los medios de transporte, como los carros, barcos o aviones; o la adaptación de los animales para el transporte, como los caballos. Sus expertos son apodados ingenieros, bachilleres o doctores, en reemplazo de jerarquías mejores, pero los acreditan para ser propietarios.

Esas formas de comportamiento se sustentan en un modelo diferente al de las creencias, consistente en el uso del cálculo y los instrumentos, que son la base de las sociedades complejas, diferentes de las simples o primitivas, donde la gente vive con menos complejos y complejidades.