Luis Guillermo Lumbreras

Un país no es sólo un territorio en medio de las condiciones naturales que lo configuran de una u otra forma. Un país, es la manera como una sociedad dada ha intervenido en ese territorio y lo ha configurado de modo tal que sin ser del todo distinto en lo que fue en sus condiciones naturales, es diferente a sí mismo en todo un conjunto de rasgos que hacen de él un nuevo territorio que tiene el sello de la población que lo ha intervenido y, por tanto, no es sólo unas montañas, desiertos, llanuras u otros fenómenos físicos detectables, sino un espacio que establece cuáles son esas diferencias y las personaliza. Es un nuevo territorio, ligado a una población dada, es un país.

Cuando la misión española cruzaba los mares del sur, bajo la conducción de Francisco Pizarro, fue tocando tierras de tupidos bosques en los desconocidos bordes del Continente que estaban descubriendo, ingresando en varios puntos de ellas donde se toparon con pueblos de personajes extraños, cuya característica más notable fue, junto a la poca densidad de sus habitantes, una violenta tendencia a los encuentros armados. Era como si todos los extraños fueran sus enemigos, pero además descubrieron que, a sus enemigos, luego de vencerlos se los comían: eran pues caníbales, habitantes de tupidas selvas, donde el orden estaba determinado por una sobrevivencia azarosa donde había que cuidarse de todo aquello que no era conocido.

Varios años y varios proyectos de búsqueda de una leyenda que hablaba de un territorio llamado “el Dorado”, imponía la necesidad de mantener su búsqueda pese a las evidentes dificultades que ofrecía el camino de penetración en estas húmedas selvas del tórrido “nuevo mundo”.

Al fin, un día entre los días, los españoles toparon con llanuras y montañas de bosques menos tupidos y con indicios de un orden diferente, donde los vencidos dejaban de ser parte de la comida de los vencedores y, poco a poco, si bien las guerras continuaban, no eran tan indeseables como las sostenidas contra antropófagos, donde los cuerpos mutilados de los vencidos eran los potajes que consumían festivamente los vencedores. Llegaron a la tierra de los Pastos, donde unas leyes venidas de un lejano lugar, llamado Cusco, imponían la exclusión de comer el cuerpo de seres humanos. Estaban ingresando a un nuevo país, que luego, descubrieron que se autodenominaba Tawantinsuyu.

Un tiempo después, siguiendo las costas marinas hacia el sur, nuevamente penetraron al interior de las tierras en un punto llamado Tumbes y desde allí, luego de cruzar un desierto, llegaron hasta Cajamarca donde estaba un gran señor, con un inmenso ejército, rodeado de tesoros, abundante comida y bebidas, al que llamaban Inca Atauallpa; era jefe de ese inmenso territorio llamado Tawantinsuyu y que estaban en un escenario de guerra por la sucesión del poder entre los hijos del jefe anterior, llamado Wayna Qhapaq, muerto unos meses atrás por una extraña dolencia trasmitida por los españoles, llamada viruela.

Sus enemigos no eran los extraños recién llegados, por tanto, no se alzaron en guerra contra ellos, pero los extraños apresaron al Inca y luego de obtener sus tesoros, lo mataron.

Los nativos respetaron las leyes incaicas y les hicieron conocer, como invitados, el nuevo territorio con ciudades y caminos formalizados, servicios de viajeros, etc. Era un nuevo país que los hispanos no imaginaban que existiera. Su asombro, sin embargo, fue mayor cuando visitaron los centros urbanos que estos pueblos habían levantado. Sus edificios oficiales eran verdaderos monumentos arquitectónicos; en algunas de las ciudades principales eran de piedras finamente labradas, superiores en refinamiento a muchas que ellos conocían en las ciudades griegas y romanas del Mediterráneo.

Cuando llegaron al Cusco, su asombro fue mayúsculo al encontrar que uno de sus santuarios, Qorikancha, no solo tenía muchos de sus muros cubiertos con planchas de oro, al igual que sus techos, sino que había mujeres de cuerpo entero hechas de oro y plata con pedrerías de adorno, todo de tamaño natural, junto a niños, animales, plantas florecientes, todo de tamaño natural, imitando jardines de un mundo de fantasía, solo que esto era de verdad y estaba frente a sus ojos.

Todo eso fue recogido por los soldados españoles, quienes llevaron estos tesoros hasta la casa donde estaba preso el candidato a Inca llamado Atauallpa, en cargas apoyadas en sus animales y los camélidos andinos.

Tenemos varias listas de estos tesoros, que hicieron los españoles con el fin de disponer para ellos el botín y entregar la parte correspondiente al Estado español, que ellos llamaban “el quinto del rey”. Eso, junto a todo lo que saquearon en el territorio, llegó a Sevilla y luego a las manos del rey, quien lo convirtió en lingotes de valor de cambio. Solo guardó Carlos V, como obras de arte, los mantos y tejidos incaicos que también llegaron.

Pueblo o ciudad donde los españoles llegaban eran atendidos como visitantes. No existía una rebelión por lo que hubiera ocurrido en Cajamarca tanto porque no existía aun el reemplazante formal del inca, cuanto porque la guerra interna entre Atauallpa y su hermano Wascar aún no se había definido y los españoles conducidos por Pizarro apoyaban a uno u otro bando, según la conveniencia y el lugar donde se encontraban; estrategia seguramente heredada en las campañas para liberar España de los ocho siglos que habían estado sometidos al poder oriental.

Los nativos andinos no lo entendían, hasta que, en 1536, cuatro años después de iniciada la invasión, Manco Inca percibió el engaño y se alzó contra el ya instalado poder extranjero y montó una resistencia armada en Vilcabamba, pero que finalmente sólo pudieron sostener hasta 1570-72, cuando, bajo la conducción del virrey Francisco Toledo, fue ejecutado Tupac Amaro, el último inca, y se instaló el virreinato del Perú, en lo que era, hasta entonces, el país llamado Tawantinsuyu.

En esos 40 años el gobierno del Perú ingresó a una aguda crisis política, económica y social, con un total desgobierno, en donde todo el aparato estatal buscaba la forma como atacar al adversario, dejando el país en una anomia completa, jamás sufrida. Era el país más rico del Continente y su población la más activa de todos sus contemporáneos, incluidos aquellos que lograron ciertos niveles de bienestar en otros continentes. A tal grado que muchos pensaron que Thomas Moro había escrito su “Utopía” tomando como modelo el país de los incas.

Pero, el tirano Toledo se encargó con sus cronistas, en dramatizar la realidad, oscureciendo todo lo que fue el Tawantinsuyu antes de 1536, logrando destacar como únicos y verdaderos, todos los errores y debilidades que pudo encontrar, de modo que desde 1572 en adelante se describió un nuevo país al que se le quito el nombre de Tawantinsuyu y se le llamo Perú, desquiciándolo y describiéndolo a partir de todas sus angustias y debilidades, que primero los Habsburgo y luego los Borbones asumieron como cierto. Y de ser el país adelantado de este Continente, lo impulsaron hacía atrás, valorando solo sus riquezas exportables y degradando el de las propias, sublimando la importancia y cualidades a aquellas que eran posibles de interesar al mercado externo capaz de mantenerse por encima de las demandas locales.

De ese modo se dejó de consumir carnes nativas, frutos nativos, telas nativas, que desde entonces comenzamos a importar para consumir, convirtiéndonos en dependientes del mercado externo para vestirnos, alimentarnos, curarnos, etc.; tuvimos que importar especialistas en todos los ramos de la producción y convertir nuestra enseñanza superior en un apéndice de las universidades extranjeras, de modo que, concluidos los siglos de la dependencia colonial, desaparecido el país Tawantinsuyu, dejó de ser colonia de un país lejano, pero pasamos a ser colonia de un misterioso mundo donde ya no gobernaba un rey o un presidente sino una oferta de riqueza, llamada capital, que consiste en una oferta de bienestar a cambio de entregar nuestra fuerza de trabajo y los bienes que durante el Tawantinsuyu eran nuestros.

El gobierno de Francisco Toledo fue clasificado como una tiranía, y lo fue, pero según él, no tenía otra alternativa pues el poderoso país Tawantinsuyu no solo había sido abandonado sino que de una población cuyos cálculos oscilaban entre 4 y 12 millones de habitantes, en los censos que mando hacer Toledo apenas llegaban a 1 millón. Es decir casi todos los españoles eran los menos, los más eran los africanos que trajeron como esclavos, los nativos centroamericanos sometidos a servidumbre y, desde luego, cualquier otro que aceptase venir a estas tierras. El robo, el asesinato, el vandalismo en todas sus formas, eran parte de la forma habitual de vida, de modo que cada quien debía cuidar de su salud y su vida, tanto en el campo como en la ciudad.

Ciudades, verdaderamente tales, como en España, no había. Las originarias nativas algunas tan grandes como Pachacamac, Huánuco Pampa, Chan Chan, Cusco y otras se habían despoblado y las nuevas fundaciones hispanas eran campamentos militares, con una “Plaza de Armas” (y no una Plaza Mayor) al centro, rodeada de solares para las autoridades civiles, militares y religiosas. Los alrededores eran para viviendas o servicios de los funcionarios.

Así fue, las ciudades del Tawantinsuyu desaparecieron y fueron reemplazadas por estos campamentos que crecieron a lo largo de los dos siglos siguientes, hasta convertirse, algunos de ellos en ciudades a partir del siglo XVII, como parte de un nuevo país, llamado Perú.

Luis Guillermo Lumbreras