Luis Guillermo Lumbreras

Cuando yo comencé todo esto, en arqueología en general y al estudiar en San Marcos, mi ingreso al campo de las ciencias sociales fue por el lado de la historia. Interesado desde el ángulo de la política, ingresé a la universidad con la idea de participar en los movimientos de reivindicación nacional que, en la década del ‘50s, la etapa de gobierno de Odría requería. Mi preocupación era analizar cómo podía yo participar en la propuesta de una revolución que cambiase la estructura total del país, es decir, no me interesaba la historia.

Me interesaba el presente, porque consideraba que el presente era lo que estábamos viviendo y es lo que había que transformar, pero fue Raúl Porras Barrenechea, un historiador, hispanista, de una postura casi radical, no precisamente de derecha, porque no lo era, pero de una suerte de positivismo conservador que él tenía, y rudo, y duro en este campo. Él organizó mis ideas dentro de esa línea; conversamos mucho y gracias a esas conversaciones, más que a sus clases que escuché todas ellas y eran excelentes, que me enseñó un camino de reflexión fuertemente ligado a la necesidad de manejarlo todo con testimonios verificables; por estar total y absolutamente ligado a él, entendí que, las fuentes históricas consistían en la posibilidad de reproducir en los informes o textos históricos, las cosas tal como eran en su momento.

Y en ese sentido, presentaba pruebas, su tema principal era ese, el obtener las pruebas de lo que se decía y presentarlas. De modo que, mi terreno heurístico y hermenéutico, parten de una posición positivista muy dura que tenía Porras Barrenechea. Cuando entré al campo de la arqueología, fue también un poco de manera casual; si bien yo estaba interesado en los datos arqueológicos desde cuando tenía cuatro o cinco años, lo que he venido descubriendo recientemente, en realidad, comencé a pensar en términos históricos, con una convicción notable de la utilidad de la historia para entender el presente fundamental, ese era el discurso de Porras, él pensaba que la historia solo servía si era susceptible de tener un reflejo en la manera de actuar el presente, la manera de pensar el presente.

Y para eso tenía que ser cierta, tenía que ser histórica, el dato histórico debía ser muy celosamente cierto, eso lo trasladé a la arqueología sin pensarlo mucho, gracias a que en mi camino encontré a tres maestros de la arqueología que fueron muy importantes para mí: uno de ellos fue John Rowe, arqueólogo norteamericano, que era la versión de Porras Barrenechea en el campo de la arqueología, pero tenía un defecto, él se ocupaba de la prehistoria del Cusco de la misma forma que por la historia del Cusco; seguía con mucho detalle, por ejemplo la vida de Tupac Amaru y qué hacía la esposa de Tupac Amaru y quienes eran sus parientes y cómo vivían, qué hacían, qué pensaban. Rowe era una persona que estaba muy vinculada a la parte etnográfica, él inducía a sus estudiantes a que traten de hablar con la gente de ahora para entender las cosas, en fin era una persona muy ligada a esta forma de pensar, es decir la historia es una cosa continua y debe entenderse en esta forma continua.

El otro personaje del que yo sustancié mucho mi manera de pensar fue Don Emilio Choy. Él era un marxista, no comunista; era un marxista que usaba el materialismo histórico como instrumento para entender las cosas. No necesariamente en el compromiso político concreto de militar en el partido de los trabajadores, en la medida en que él era más bien empresario, aun cuando lo veía en la calle y pensaba que era un obrero, en su manera de vestir, en su manera de ser. Era una persona muy modesta, pero al mismo tiempo con una capacidad impresionante de leer, de conversar.

Yo lo conocí cuando era todavía estudiante de secundaria, y andábamos movilizándonos en torno al campo de la historia; comenzó con una pelea que yo tuve, la pelea imaginaria desde luego, que yo tuve con el doctor Basadre. Yo era estudiante del tercero o segundo año de media y le escribí una carta, de esas espantosas cartas que uno escribe en la adolescencia inmadura, a Don Jorge Basadre, diciéndole que su historia era una historia no comprometida y que tenía que comprometerse. Emilio Choy me bajó esos ímpetus guerreristas míos, tratando de decirme que lo que hacía Basadre era una cosa sumamente útil e importante para entender la historia tal cual. Emilio Choy me ayudó a pensar cosas, a enterarme de cosas.

Esta condición finalmente se cubrió con una tercera persona, nuevamente un norteamericano de origen y venía de la Europa socialista, que había participado en la guerra civil española; un hombre sumamente neurótico pero muy amigo mío con quien nos peleábamos con mucha frecuencia y con quien tuve una gran amistad y gran respeto, John Murra se llamaba.

Estos tres ya han muerto, John Murra, John Rowe y Raúl Porras y también Emilio Choy. Murra que fue un juvenil comunista en su patria en su tierra, pasó luego a ser norteamericano y en los Estados Unidos vivió gran parte de su vida académica. Vino al Perú y fue a darnos clases en la Universidad de San Marcos, a raíz de una invitación que le hizo José Matos Mar, un personaje también muy importante en mi vida académica.

Y juntos ellos me enseñaron otra manera de ver la historia, que era: la historia sirve en la medida en que puede contribuir a pensar el futuro. Esto casi nunca lo dice, Murra en sus escritos, pero basta leer sus escritos para darse cuenta de que es eso lo que está buscando. Con Murra hemos tenido la oportunidad de hacer varios proyectos juntos. Fue un honor para mí y aprendí de él la manera de mirar el mundo andino como un conjunto, como una entidad histórica, con esa capacidad que sostenía de transformar el medio para vivir en él y no de transformarse uno para vivir “un medio lado”.

Esta situación me llevó a hacer lo que Murra, Valcárcel, Choy y Porras hicieron: hacer historia, ellos comenzaban a hacer la historia desde cuando el ser humano llegó a este territorio y continuaban haciendo historia en su tiempo. Murra se ocupaba de las gentes de ahora, Choy se ocupaba de las gentes de ahora, incluido asistiendo a todos los mítines que había para poder reclamar cualquier cosa, en fin, Murra igual.

Todos ellos eran además admiradores de Tupac Amaru, es importante las lecciones que tuve con ellos. Pablo Macera de alguna manera reprodujo una de las ideas nucleares de Porras Barrenechea, no sé si en una parte lo dice Porras: El Perú de San Martín, el San Martiniano era de muchísimo más aprecio que el Perú Bolivariano de manera que esto se debía, al hecho de que ellos respetaban algo que Tupac Amaru había vivido, había empezado a hacer, a retomar el discurso y la política, digamos, monárquica, por decir alguna manera, como forma democrática en el Perú, no al revés.

Con ellos aprendí a entender que el Perú no era una unidad única, era una unidad como parte de los que buscaban el mundo, pero al mismo tiempo un mundo territorialmente diverso; de manera que no se estaba estudiando solo con lo que sucedió en el Perú, como un solo Perú; se estudiaba varios, diferentes, uno de otros, y hay que entender eso para poder caminar dentro de este país. Eso lo intento en el libro que escribí y eso lo intento, a lo largo de toda mi investigación. Es lo que pude enseñar, no siempre de manera plena, pero el intento fue ese.

Creo que no hubo un mundo inca, plenamente desarrollado, pero hubo una etapa inca que pudo permitir descubrir, como es posible gobernar este país con éxito. Yo no soy indigenista, sino mas bien, era muy amigo de José María Arguedas, del grupo que trabajó con Luis E. Valcárcel, al lado de gente como José Matos Mar y Carlos Araníbar. Yo encontré que la única manera de poder aproximarse, por ejemplo, a una democracia en este país no es considerándolo como una unidad plena, en donde, si se produce una reforma agraria, todo el país debe seguir los mismos códigos de reforma agraria; o cuando se hace una reforma de educación, todo el país tiene que seguir los mismos conceptos. Este país no es así.

Hoy, las cosas que han malogrado esas ideas, unitarias o “unisionistas” qué sé yo del Perú, han sido terribles; y ellos me enseñaron, que efectivamente, es lo que la historia nos enseña. En este libro, yo he tratado de presentar eso, ¿hay una unidad en el Perú? claro que la hay, es una unidad que se da dentro de la diversidad, no aparte de la diversidad. Eso es uno de los temas sustantivos que yo he tratado desarrollar a largo de mi vida académica.