Ricardo González Vigil

Trilce se ha enseñoreado, de acuerdo a un consenso reinante desde los años 60-70, como el poemario más original y radicalmente innovador del vanguardismo en lengua española. Más aun, en ese lapso Roberto Paoli lo proclamó el poemario más importante del vanguardismo posterior a la primera guerra mundial (un marco que comprende a T.S. Eliot, Ezra Pound y los autores expresionistas y surrealistas, nada menos).

     Valoración a la que cabe agregar que constituye el aporte mayor del vanguardismo escrito en países de la “periferia occidental”, fuera del circuito de las grandes ciudades europeas donde brotaron las muestras vanguardistas que podrían compararse con su hazaña creadora. Es decir, el irlandés James Joyce y los norteamericanos Eliot y Pound procedían de la periferia respecto de la modernidad occidental que desencadenó la aventura creadora del vanguardismo; pero compusieron sus obras maestras en contacto con París, Londres y otros focos de la modernidad artística.

     Quede claro: antes de viajar a Europa (donde tejió otros logros geniales, acaso de mayor vuelo universal: Poemas humanos y España, aparta de mí este cáliz), a los 30 años de edad, César Vallejo en Trilce (1922), ahondando las marcas personales que ya afloraban en su primer poemario, Los heraldos negros (1919), plasmó un lenguaje que rompe de manera única e intransferible con las pautas poéticas del pasado. Incluyendo en éstas las que todavía conservaban las corrientes iniciadoras de la modernidad literaria, el Romanticismo y el Modernismo (el movimiento de lengua española que ostenta a Rubén Darío como figura máxima), las cuales influyen poderosamente en Los heraldos negros, aunque sometidas a una reformulación posmodernista muy vallejiana.

     Aquí conviene puntualizar que Vallejo abandonó en Trilce la belleza idealizada, la disposición armónica de las partes del poema y el ritmo ensoñador del lenguaje romántico y/o modernista; y estaba convencido de que todos los temas (incluso el defecar y miccionar, poemas I y XIX) y todas las palabras (no solo las cultas y refinadas) pueden ser tratadas poéticamente. Pero, de otro modo, llevó al extremo rasgos centrales de la sensibilidad romántica (culto a la libertad vital y artística, privilegiar la sensibilidad frente a la elaboración racional, adhesión a la cultura del pueblo y las raíces nacionales) y de la actitud modernista (el deseo de ser moderno, de partir hacia lo desconocido).

     Mención aparte merece la lección de originalidad, de no sometimiento a escuela alguna (acorde con el hecho de que el romanticismo y el modernismo fueron movimientos que albergaban escuelas y proyectos estéticos muy diversos) que recibió de autores capitales como los poetas Charles Baudelaire, Walt Whitman y Rubén Darío, y el ensayista R.W. Emerson, respaldada totalmente por su amigo Antenor Orrego. Así, en Trilce asimiló libremente el cubismo, el dadaísmo y el ultraísmo, pero forjó una textura inclasificable, asombrosamente otra, portavoz de la multitud silenciosa y vanguardia de una nueva humanidad (poema XXXVIII).

     En ese proceso de ruptura personalísima (actitud vanguardista, rastreable en los poemas I, XVI, XIX, XXXVI, XXXVIII, XLV, LV, LXVIII, LXIX y LXXVII de Trilce) un factor determinante fue la sensibilidad andina de Vallejo, quien pasó su infancia y adolescencia (los años formativos) en la sierra de La Libertad. Precisamente, su amigo y mentor de la “bohemia de Trujillo” (Vallejo la frecuentó en 1914-1917, siguió muy unido a ella al trasladarse a Lima en 1918, y conservó lazos con ella al partir a Europa en 1923) el también serrano (de Cajamarca) Antenor Orrego, percibió desde un comienzo la sensibilidad andina de Vallejo y lo estimuló a expresarla liberada, de las deudas que tenía con los autores europeos y extranjeros en general.

     Un primer fruto fueron los secciones andinas de Los heraldos negros: “Nostalgias imperiales”, ahí sostiene que “lábrase la raza (indígena) en mi palabra” y, en el poema “Huaco” (adecuado referente prehispánico), enarbola un blasón de filiación andina, definiéndose frente al europeísmo del “Blasón” de Rubén Darío, y el americanismo mestizo del “Blasón” de José Santos Chocano); y “Canciones de hogar”, un hogar andino que encarna en la madre y el padre la utopía anhelada: el triunfo del amor sobre los “heraldos negros” que manda la Muerte.

     Y he aquí que la comunión con su sensibilidad andina en pugna frontal con las ciudades “occidentalizadas” de la costa y su orden social inicuo (regido por la explotación capitalista y el desprecio de la cosmovisión andina por considerarla producto de la ignorancia y la superstición, enemiga del progreso y modernización del país), se encuentra en la base de la escritura libérrima de Trilce. Por algo mucho tiempo dicho poemario se titulaba Cráneos de bronce (es decir, la mente de la “raza de bronce”, la raza indígena) y pensaba firmarlo como César Perú.

     Veamos: Trilce rehace el idioma impuesto por los conquistadores, su léxico, gramática y convenciones ortográficas; y zarpa en pos de un nuevo código (virginalmente) comunicativo y de una nueva estética: el texto abierto, expresivamente inarmónico, en “perenne imperfección”, del poema XXXVI, guiado por lo no escuchado hasta entonces, según el poema LXXVII.

     La óptica andina lo impulsa, a la vez, a propalar una nueva ética nutrida por la solidaridad y la conexión con la madre naturaleza, valores andinos que humanizan el darwinismo mediante una inédita poesía del cuerpo (comer, defecar, copular, protegerse del clima) liberado de censuras y tabúes, así como del sometimiento a la ganancia económica, incluyendo el matrimonio como institución al servicio de la propiedad privada. Y, al centro de todo, la madre (“muerta inmortal”, adelanto de los muertos inmortales de España, aparta de mí este cáliz), cuyo amor se contrapone a la alienación económica (el “alquiler del mundo”) y vence a los heraldos de la Muerte (poemas XXIII y LXV).

     Finalmente, explora una nueva lógica, apartada de los principios aristotélicos (identidad, no contradicción y tercio excluida), ya que la cosmovisión andina entroniza la oposición Hanan (arriba, masculino) y Hurin (abajo, femenino) como configuradora de lo existente. Trilce ritualiza el paso del solitario 1 al 2 de la dualidad complementaria (madre-hijo, amado-amada), y de ahí avizora el potencial 3 (el “nuevo impar” del poema XXXVI) para no retroceder al 0 (poema V). Lo explica Juan Larrea: dos-dúo-dulce; tres-trío-trilce. En buena cuenta, el germen de la lógica dialéctica que Vallejo asumirá conscientemente en Europa al volverse marxista (también de manera libre y heterodoxa, andinizada), conforme le comenta a su esposa Georgette y lo registra en una anotación del Carnet de 1937.