Ricardo González Vigil

Una de las mayores hazañas culturales realizadas en las últimas décadas por un autor peruano corrió a cargo del recientemente fallecido Guillermo Dañino (Trujillo, 1929-Lima, 2023). Dio a conocer al ámbito hispánico, más que ningún otro especialista, la rutilante historia y el inmenso tesoro cultural (sobre todo, literario) de una de las civilizaciones más importantes de la humanidad: la China. La relevancia actual del coloso asiático añade un interés coyuntural a dicha tarea de divulgación y, a la vez, la torna un puente entre Occidente y Oriente a favor del diálogo fructífero y no del enfrentamiento económico y político aferrado a estereotipos y prejuicios.

Cercano a los 50 años de edad, Guillermo llegó a China invitado por la Universidad de Nanjing. Flechado por su grandioso legado cultural, por la mística taoísta y budista, por la ética de Confucio y por la esmerada educación cívica de sus habitantes, se consagró a aprender el mandarín y dominar la escritura china hasta el punto de poder traducir a sus mejores poetas, narradores y pensadores, lo mismo que su rica tradición oral de mitos y leyendas, anécdotas, fábulas y proverbios (varias de sus versiones han sido publicadas por Hiperión, el prestigioso sello de España).

Nos obsequió más de 20 volúmenes, entre ellos:

– Desde China. Un país fascinante y misterioso (1996; la segunda edición, hermosamente impresa, la efectuó Petroperú, en 2002), una excelente introducción a la visión del mundo y la idiosincrasia del “Celeste Imperio” basada en su propio proceso de apropiación / integración, adaptando su nombre “occidental” a la onomástica china: Ji Ye Mo.

Esculpiendo dragones (2 tomos, 1996), la primera gran antología en español de todas las épocas y géneros de la literatura china. No conocemos una muestra de su envergadura en otro idioma “occidental”, a cargo de un único antólogo-traductor.

Enciclopedia de la cultura china (publicada por la editorial del gobierno chino Ediciones en lenguas extranjeras, 2013). Majestuosa visión sintética, sin parangón en la bibliografía existente en idiomas “occidentales”.

Verdaderamente Guillermo trabajó “como chino”, disciplinado, incansable, a escala monumental.

EL “CHINO” DE JAMES JOYCE

Aunque me llevaba 20 años, terminamos juntos en 1970 la especialidad de Literatura, en la Facultad de Letras y Ciencias Humanas, de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Hermano de La Salle, Guillermo había estado dedicado hasta entonces a la labor educadora de su congregación religiosa y poseía ya un amplio y sólido conocimiento teológico, filosófico, histórico y cultural dentro de la tradición “occidental”, además de un envidiable don poliglota.

Nos hicimos amigos, precisamente, en 1970, en el curso de Literatura Comparada que dictaba Irma Chonatí, el cual terminó convirtiéndose en un seminario sobre el Ulises, de James Joyce. Sus 18 capítulos fueron repartidos entre los alumnos participantes, para analizarlos -previa exposición oral y debate en clase- en monografías.

Además, debíamos componer un relato utilizando los recursos narrativos de Joyce. Más que el valor (mucho o poco) literario que poseyera dicho texto, lo que buscaba Irma Chonatí era que probara un adecuado conocimiento (mediante la praxis, y no meramente las definiciones teóricas) del lenguaje innovador de Joyce. Y ese aspecto debía ser comentado por otro alumno mediante la monografía correspondiente. A mí me tocó analizar la notable novela corta Trílabus (publicada, con mi comentario, en 2002), de Guillermo, una lograda asimilación del monólogo interior (lo que Joyce prefería denominar la “palabra interior”) y de los múltiples niveles interpretativos que convoca Ulises. Trílabus contrasta sistemáticamente las vivencias de distintas edades de la vida, con lo cual remite libremente, también, a la exploración joyceana de Virginia Woolf en Las olas.

Horas de horas, a lo largo de dicha asignatura, tanto en la facultad como en la residencia de hermanos de La Salle, hablábamos de Joyce y de la inagotable odisea cultural que movilizaba dicha “obra abierta” (caracterizada así por Umberto Eco), unidos por una honda afinada intelectual y una sensibilidad alerta a la maravilla de la vivencia estética.

Al año siguiente, la amistad fructificó en una experiencia docente fuera de lo común. Dicté por primera vez, a los 21 años de edad, un curso en la especialidad de Literatura de la PUCP, el de poesía peruana; y lo hice al alimón con Guillermo. Aunque nos repartimos los poetas, ambos asistíamos a todas las clases y absolvíamos juntos las preguntas que suscitaba el autor abordado. Comprobé las excepcionales cualidades pedagógicas de Guillermo: claridad expositiva, dominio de la cuestión, entusiasmo que confiere vida a la información erudita y, de modo especial, gracia para elegir datos y anécdotas que, con su toque humorístico, vuelven amena y atractiva una exposición.

Poco después Guillermo se dejó subyugar por la metodología semiótica de Greimas, difundida con pasión proselitista por Enrique Ballón Aguirre, y partió a París para estudiar Lingüística en la Escuela de Estudios Superiores en Ciencias Sociales. Cuando regresó al Perú nos vimos muy poco; a pesar del afecto y la simpatía mutuas, nos distanció mi postura teórico-crítica tan distinta a la terminología críptica (aparatosamente “científica”) de Greimas.

CHINO HONORIS CAUSA

En cambio, después de su descubrimiento de la China y el inicio de su fructífera labor como sinólogo, a partir del citado Desde China, me fue obsequiando cada uno de sus libros, motivo de largas conversaciones deslumbrantes: un maravilloso reencuentro. Festejé una y otra vez sus publicaciones, así como su exitosa “carrera” como actor cinematográfico: casi treinta películas chinas en su haber, amén de su participación en programas y series de la televisión china.

En la presentación de varios de sus libros, también al reseñarlos en El Comercio, sostuve que era un chino honoris causa: reconocimiento acogido por la colonia china del Perú. Le otorgaron el “título” de “chino honoris causa”, grabándolo en una de las estrellas de la Calle Capón de Lima.

Ingenioso, siempre de espíritu juvenil, Guillermo me explicó que, terminó prefiriendo el desafío de entender y nutrirse espiritualmente del chino de China, a seguir decodificando el “chino” (en el sentido de un mensaje aparentemente incomprensible) de Joyce. Yo agregué que también lo prefirió al “chino”, muchísimo menos enriquecedor, de Greimas.