Ricardo González Vigil

En el artículo “Trilce y la Independencia”, vimos que Vallejo llevó a la imprenta de la Penitenciaría de Lima su gran poemario vanguardista firmándolo como César Perú y titulándolo Cráneos de bronce. Seudónimo y título que terminaría desechando al último momento, cuando ya estaba por salir impreso el libro, haciendo caso al rechazo que generaron en sus amigos.

Tanto ese seudónimo como el rótulo anterior a la creación del neologismo “trilce”, respondían, a nuestro juicio, a una cuestión central en Trilce: el designio de erigirse como portavoz del fundamento principal de la trayectoria histórica de nuestro país, el Perú indígena, cautivo (sin libertad económica, política y cultural) y marginado (víctima del racismo imperante) por los gobernantes y los poderosos de una república que, ufana, estaba celebrando el Centenario de la Independencia.

CANTOR DEL NUEVO MUNDO

Ya, en la sección “Nostalgias imperiales”, de Los heraldos negros, Vallejo declara dicho designio: “lábrase la raza en mi palabra”. Resulta notoria la diferencia con José Santos Chocano, cuyo “Blasón” y varias composiciones de Alma América (1906) celebran el mestizaje indo-hispano mediante una “palabra” ligada al legado hispánico (“tenemos a Cervantes como el mejor virrey”, admite).

Lo más parecido a un Blasón (referencia heráldica europea, asumida por los poemas denominados “Blasón” de los modernistas Rubén Darío y Chocano, y del posmodernista José María Eguren) en “Nostalgias imperiales” se llama “Huaco”. Remite a la cerámica prehispánica, con su magnífica iconografía andina (“yo soy el coraquenque… yo soy el llama… soy el pichón de cóndor”) sometida al padecimiento de la conquista, la colonización y la marginación (el coraquenque “ciego” mira “por la lente de una llaga”, el llama aparece trasquilado por la “necedad hostil” y el pichón de cóndor “desplumado / por latino arcabús”); pero animada por la esperanza de resucitar como un pueblo dueño de sí mismo, liberado del yugo actual: en un proceso cabal de Independencia no cumplido por la gesta emancipadora de San Martín y Bolívar: “a flor de humanidad floto en los Andes / como un perenne Lázaro de luz”; “en mis piedras se encabritan / los nervios rotos de un extinto puma. / Un fermento de Sol”.

Recordemos que, en su “Blasón”, Chocano se unge como “el cantor de América autóctono y salvaje”. Conforme explica Luis Alberto Sánchez, aspiraba así a cubrir la demanda de José Enrique Rodó, en su ensayo sobre Rubén Darío (1899), de una voz que asumiera la América española de manera tan raigal como Walt Whitman encarnaba la América anglosajona. Rodó conceptuaba que Darío era el poeta más grande que había dado hasta entonces la América española; pero no constituía propiamente el poeta de dicha América, debido a su cosmopolitismo con predominio afrancesado, precisamente lo que rechaza Chocano, autocalificándose en contraposición como “autóctono y salvaje”. En otro poema de Alma América, Chocano no oculta sus pretensiones: “Walt Whitman tiene el norte, yo tengo el sur”.

Resulta incuestionable que Chocano comulga con el mestizaje criollo, pero no con la América indígena (es decir, el “alma” de “lo autóctono y salvaje”). Su novomundismo no va más allá de la óptica de “Occidente” ante lo que juzga exótico (con la idealización rousseauniana del “buen salvaje”) y retoma el americanismo temático (geografía, flora, fauna, sucesos históricos, creencias y costumbres típicas del Nuevo Mundo) propulsado por Andrés Bello.

En cambio, la peruanidad de Vallejo no se queda en lo temático; emerge raigalmente de su sensibilidad, nutrida por los principios éticos ancestrales y la cosmovisión andina. Así lo percibió su amigo y mentor Antenor Orrego cuando lo conoció y leyó el poema “Aldeana” (pertenece a “Nostalgias imperiales”); y lo animó a expresar su sensibilidad andina. Y, según Orrego, Vallejo no lo logró por completo en Los heraldos negros, consiguiéndolo, por fin, en Trilce, proeza que destaca en sus “Palabras prologables”. En lugar de la temática novomundista de Chocano; asistimos a una “virginidad” creadora (la novedad absoluta de un mundo diferente al Viejo Mundo, verdaderamente Nuevo: las “eternas américas inéditas” de Trilce LX) que se expresa libérrimamente, a la cual no duda en equiparar con la de Whitman:

“Gran libro de César Vallejo, que marca una superación estética en la gesta mental de América […]

“La América Latina –creo yo– no asistió jamás a un caso de tal virginidad poética. Es preciso ascender hasta Walt Whitman para sugerir, por comparación de actitudes vitales, la puerilidad genial del poeta peruano”

UN BRONCE ÉPICO

El título Cráneos de bronce esgrime la corporeidad (cráneos) propia del animismo andino, que sacraliza el mundo en que vivimos, tan diversa de la desencarnada noción grecocristiana (de sabor platónico) del “alma”, la cual nutre el Alma América de Chocano, cantor hispanófilo y europeizado.

Además, no se limita a registrar el tono bronceado de la piel indígena; sino que, sobretodo, acoge el uso connotativo de bronce como ‘fortaleza’, ‘dureza’, ‘valentía’ y ‘resistencia firme’, en la línea de los siguientes versos que Vallejo dedica (celebrando la proclamación de la Independencia hecha en Trujillo en 1820) a la “gran raza hispana” en su poema “Fabla de gesta”, dirigiéndose al marqués de Torre Tagle:

“Tú, la sangre de España, que se embarcó al Misterio

en velas de coraje, pecho de par en par,

tú, regresaste al fondo de la gran raza hispana,

valor cuajado en Bronce y amor en Libertad”

Frente a esa gesta emancipadora hispano-criolla, falta que la gran raza indígena (también “valor cuajado en Bronce”) participe de ese “amor en Libertad” y podamos asistir a una completa, inclusiva, independencia de todos los peruanos.

LA “PATRIA NUEVA” DE LEGUIA

El posicionarse como César Perú de la raza de bronce cobra pleno sentido si tenemos en consideración que el gobierno de Leguía preconizaba la creación de una Patria Nueva oficialmente de orientación indigenista (más declarativa y epidérmica que real, sin participación de la multitud andina). Más aún, en la pugna política de los sucesos de Santiago de Chuco que acarrearon la prisión de nuestro poeta, los familiares de Vallejo militaban en el bando de Leguía enfrentados a la vieja oligarquía civilista.

Aunque en dos artículos publicados en 1925-1926, compilados por Carlos Fernández y Valentino Gianuzzi en el volumen El Perú (editado en 2021), Vallejo brinda una visión positiva de los cambios introducidos por Leguía y la constitución política de 1920, cabe percibir en Trilce un distanciamiento del “indigenismo oficial” (de escasa o nula sensibilidad genuinamente andina, lo que Vallejo reclama en el artículo “Los escollos de siempre”, cuando la “polémica indigenista” de 1927 entre José Carlos Mariátegui y Luis Alberto Sánchez), cuanto más que en el mismo año que se publicó Trilce (1922) el gobierno de Leguía (en el contexto de las celebraciones del Centenario de la Independencia, no olvidemos) coronaba públicamente a Chocano como el cantor de América, sitial que explica que le encarguen la composición de una epopeya para los festejos más solemnes, los de 1924, conmemorando la victoria de Ayacucho.

Una verdadera “patria nueva” debería elegir como cimientos a Trilce y no a Alma América (y la “bulla” de sus pomposos versos y de la grandilocuencia patriótica de sus admiradores, a la que alude al comienzo de Trilce I).

Empero teme que el Perú “oficial” de la costa (hurin, abajo, femenino) no plasme una alianza auténtica con el Perú “profundo” (usemos los calificativos que empleará después Jorge Basadre) de la sierra (hanan, arriba, masculino): en el poema LIX no acepta decir sí al “corralito consabido” que quiere obligarlo (siendo él la sierra: “Andes frío, inhumanable, puro”) a casarse con una limeña (“Pacífico inmóvil, vidrio, preñado / de todos los posibles”) apellidada nada menos que Villanueva (literalmente, ‘ciudad nueva’; es decir, la costeña y criolla Patria Nueva).

A diferencia de los valles “sin altura madre” (Trilce LXIV) de la costa, él se sabe un vallejo, o sea un valle estrecho y hondo de la serranía, al modo de la “quebrada madre que alumbró mi infancia” de Arguedas (en el cuento “Warma kuyay / Amor de niño”). Y opta por la ruptura vanguardista, absoluta (Trilce XIX: “Quemaremos todas las naves! / Quemaremos la última esencia!”), y la espera de un futuro plenamente libre y humanizador, invocado en el último verso de Trilce: “Canta, lluvia [de matriz serrana], en la costa aún sin mar!”.