Soledad Mujica

En general, cuando nos remitimos a patrimonio cultural, pensamos en lo construido, especialmente en lo monumental, en lo tangible. Viene a nuestra mente, inmediatamente, la contundencia estética y simbólica de bienes como Machu Picchu, Chan Chan, Kuélap, Chavín de Huántar o las líneas de Nazca, por solo citar algunas de las muchas maravillas que tenemos en nuestro territorio.  Recordamos luego la belleza de los textiles Paracas, de los ceramios de cualquiera de las culturas antiguas o de la orfebrería del norte peruano. Por supuesto, la arquitectura y los objetos de los periodos virreinal y republicano tienen también un lugar preponderante en nuestro imaginario.

Hay tantos y tan originales vestigios tangibles de nuestro devenir, todos ellos cargados de valor histórico y artístico, que tenemos razones de sobra para sentirnos orgullosos de ser peruanos. Este patrimonio material, por su vastedad, monumentalidad, visibilidad e importancia, ha ocupado nuestro imaginario y recibido nuestros esfuerzos de conservación -fructíferos o insuficientes, según los casos- por décadas, dejando en segundo plano, casi invisibilizado y poco valorado, un tipo de patrimonio no tangible, inmaterial, que se conserva en el espíritu de las personas y que es su marcador de identidad, el denominado patrimonio cultural inmaterial o patrimonio vivo.    

“Se entiende por ‘patrimonio cultural inmaterial’ los usos, representaciones, expresiones, conocimientos y técnicas -junto con los instrumentos, objetos, artefactos y espacios culturales que les son inherentes- que las comunidades, los grupos y en algunos casos los individuos reconozcan como parte integrante de su patrimonio cultural. Este patrimonio cultural inmaterial, que se transmite de generación en generación, es recreado constantemente por las comunidades y grupos en función de su entorno, su interacción con la naturaleza y su historia, infundiéndoles un sentimiento de identidad y continuidad y contribuyendo así a promover el respeto de la diversidad cultural y la creatividad humana.” 

Convención para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial – UNESCO

El patrimonio cultural inmaterial está conformado por manifestaciones de la inteligencia, la espiritualidad y la creatividad humanas, se trata de expresiones que los pueblos han ido desarrollando y transmitiendo por la práctica y la oralidad, generalmente de modo colectivo, a lo largo de miles de años de interacción con el entorno geográfico y social. La observación, la prueba, el error y el acierto han permitido aprender del territorio y del cosmos, reconocer dinámicas e insumos, así como las posibilidades que el universo ofrece al hombre. Así, se trata de conocimientos, saberes, tecnologías, prácticas y rituales que permiten atender lo más básico de la existencia humana, como alimentarse, vestirse, dotarse de viviendas o utensilios, curarse, pero que también atañen a las necesidades conceptuales y espirituales, como construir comunidad y organizar a la sociedad, creer, sacralizar, celebrar, entre otros.

Esta diversidad de elementos o expresiones que se transmiten de generación en generación constituye, en conjunto, un sistema altamente significativo de valores pues contiene la concepción del mundo o cosmovisión de un determinado grupo cultural o sociedad, y rige así su modo de vida, su organización y su convivencia. Representa su origen y originalidad, su permanencia en el tiempo y en el espacio, su identidad y es, de este modo, un factor integrador que resume la percepción que la comunidad tiene de sí misma. De igual modo, es su carta de presentación ante otros grupos humanos o sociedades, pues permite mostrarse y distinguirse ante los demás, afirmando particularidades y comportamientos propios, en un diálogo intercultural y de negociación social. Un ejemplo de esto último ocurre con el fenómeno de la migración, pues los grupos migrantes se trasladan llevando consigo sus expresiones culturales y las compartan con las comunidades que los acogen, generando lazos con la población en el nuevo contexto.

El patrimonio cultural inmaterial, al ser transmitido de generación en generación, es reconocido por los individuos como una herencia y un capital valioso, que debe ser respetado por el grupo y que se desea legar a las nuevas generaciones pues otorga sentido de pertenencia y enlaza a cada sujeto con su historia y su memoria. Por ello, está muy vinculado a los afectos y emociones, ya que remite a lo que los padres y abuelos -y a su vez sus ancestros- crearon, validaron y transmitieron para el beneficio común. Así, cada generación recibe de sus mayores un cúmulo de expresiones y, en una interacción con su realidad, sus necesidades y sus nuevos modos de ver el mundo, las transforma, las recrea, las innova y las lega a la nueva generación, en un ciclo dinámico de resignificación. Así es la tradición, creación permanente. Estos cambios en la tradición son los que garantizan su adaptación a nuevas condiciones sociales y, por ende, propician la continuidad de las expresiones, pues vuelven a las manifestaciones culturales en testimonio de la historia pasada y, a la vez, en una útil herramienta en la contemporaneidad.

El patrimonio cultural inmaterial se manifiesta en expresiones como las lenguas y tradiciones orales, las fiestas y celebraciones rituales, la música y las danzas, el arte y la artesanía tradicional, las formas de organización y de normativa tradicional, las tecnologías productivas, los conocimientos asociados a la medicina y a la culinaria tradicional, entre otros. Cabe destacar que los instrumentos, objetos y espacios culturales inherentes a las prácticas culturales, son considerados también parte del patrimonio cultural inmaterial.  En el caso de nuestro país, la diversidad y riqueza del patrimonio cultural inmaterial peruano es consecuencia directa de una historia antigua pero continua,  forjada  en un vasto y diverso territorio, por hombres y mujeres que supieron aprovechar la diversidad para desarrollar altas culturas como también para lograr -con esfuerzo, creatividad y a veces con sufrimiento- confluencias sincréticas entre lo originario y lo exógeno, construyendo así un enorme legado que es testimonio de nuestra existencia.

Este legado es mantenido y transmitido por lo que se denomina los portadores o las comunidades de portadores, a quienes la legislación peruana e internacional reconoce como los legítimos y directos poseedores del patrimonio cultural inmaterial; siendo estos colectivos los únicos llamados a definir la importancia y las características de sus prácticas culturales, así como a gestionar su continuidad.

Con relación a la continuidad o conservación del patrimonio cultural inmaterial, se utiliza el concepto de salvaguardia. La salvaguardia implica las acciones o medidas encaminadas a garantizar la viabilidad de la transmisión intergeneracional y estas son muy diversas, ello en función a las particulares condiciones de cada comunidad y a la singularidad de cada una de sus expresiones. En el concepto de salvaguardia se agrupan acciones como investigación, registro, declaratoria, desarrollo de inventarios, promoción, difusión, entre otras. Al centro de toda acción de salvaguardia, está la comunidad. La ética y la normativa vigente establecen que toda acción relativa a este patrimonio debe ser desarrollada con la plena participación de los portadores y que estas deben llevarse a cabo con su consentimiento previo, libre e informado. Un principio clave de la salvaguardia precisa que, sin el involucramiento de los portadores, depositarios de las prácticas culturales, ninguna acción de salvaguardia sería sostenible. Por otro lado, pero relacionado a esta posesión, cabe destacar que ninguna persona natural o jurídica puede atribuirse la propiedad de un bien del patrimonio cultural inmaterial, por lo que toda acción de esta naturaleza sería nula de origen. El Estado, los gobiernos locales y los investigadores, entre otros muchos otros actores que pueden contribuir a la salvaguardia, deben colocar a la comunidad de portadores al centro de la gestión de su patrimonio, desde la concepción de la propuesta.

Esta área del patrimonio cultural fue originalmente conocida como cultura viva, en español, mientras que en inglés se le conoció como folklore. La definición como patrimonio cultural inmaterial es reciente y se acuña en el proceso de redacción de la Convención para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial, para darle a este tipo de patrimonio un carácter de gestión similar al que se había consolidado para lo monumental. En ese sentido, este uso está vinculado al reconocimiento de su importancia en la esfera mundial, a la necesidad de adoptar un término viable en el ámbito internacional, así como acorde a la terminología utilizada por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura – UNESCO.

A través de la representación, la continuidad, la resignificación y la transmisión de sus manifestaciones de patrimonio cultural inmaterial, cada pueblo o comunidad custodia su memoria y, corresponde a todos como sociedad, crear las condiciones para su salvaguardia, en tanto representa una de las expresiones de nuestro ser como Nación.

Patrimonio cultural inmaterial: Tradición viva y cohesionadora