Soledad Mujica

La recopilación de información sobre las expresiones de la cultura viva ha sido una preocupación mundial y sustancial desde el siglo pasado. En el Perú,  figuras como José Sabogal, las hermanas Celia y Alicia Bustamante, José María Arguedas, Josafat Roel Pineda, Mildred Merino, Rosa Alarco, José Portugal Catacora o Efraín Morote, entre otros, desarrollaron, desde las artes plásticas, la educación, la antropología y la historia, investigaciones, estudios, ensayos y recopilaciones relativos a las diversas vertientes de lo que entonces se denominaba folklore.[1] Entre ellos, el escritor y etnógrafo José María Arguedas tuvo un rol preponderante e impulsó y formó parte de algunos de los organismos del Estado dedicados a la investigación y promoción del patrimonio cultural inmaterial. A su vez, los maestros de las escuelas del Perú tuvieron también una conciencia de la importancia del patrimonio inmaterial que se conservaba en las comunidades peruanas e hicieron antologías y recopilaciones en sus localidades de enseñanza, muchas de las cuales solo alcanzaron difusión local. Sin embargo, estas tempranas recopilaciones han nutrido, a lo largo del tiempo y de los viajes al campo, los estudios de múltiples investigadores de prestigio.

Entre los esfuerzos más relevantes por recopilar y sistematizar información sobre un ámbito específico, cabe destacar la Encuesta magisterial de folklore que tuvo lugar entre 1945 y 1952, bajo la tutela de José María Arguedas y Francisco Izquierdo Ríos, cuando el primero de ellos ejercía el cargo de Conservador General de Folklore y el segundo era jefe de la Sección de Folklore y Artes Populares, en el entonces Ministerio de Educación Pública. Es importante señalar que Arguedas propone esta iniciativa conociendo y valorando el interés de los maestros en la tradición oral y la cultura viva así como su experiencia en recopilar información, por lo que confiaba en que obtendría una respuesta valiosa. Es así como, a través de un cuestionario alcanzado a escuelas en todo el Perú, se solicitó a los docentes que, en un esfuerzo conjunto con sus estudiantes y con los padres de familia, enviaran información sobre las expresiones de la cultura viva local. La respuesta fue, como previsto, masiva y, en el Museo Nacional de la Cultura Peruana (MNCP), se atesoran y custodian los folios que fueron suministrados por los maestros a lo largo y ancho del país.  A partir del material recibido, el Ministerio de Educación Pública publicó, en 1947, bajo el título Mitos, leyendas y cuentos peruanos, una compilación, curada, cuidada y anotada por Arguedas y Ríos, que contiene narraciones de la costa, los Andes y la Amazonía. A esta publicación se puede acceder a través del repositorio de documentación en línea del Ministerio de Cultura, mediante el enlace: https://repositorio.cultura.gob.pe/handle/CULTURA/1062. Este libro, por supuesto, no agota la vasta información contenida en el archivo que se conserva en el MNCP y que consta de miles de folios con leyendas, mitos, cuentos, canciones, juegos, adivinanzas, monografías, partituras, descripciones de danzas y festividades, entre otros. Por su importancia y lo poco trabajado de esta documentación, el MNCP pone a disposición de los investigadores -para consulta- este importante acervo documental.

Esfuerzos como el señalado revelan el interés de la intelectualidad y de los maestros del país del siglo pasado por conocer, entender y difundir las distintas expresiones de la cultura viva peruana y poner en valor su importancia para la vida social local como para la comprensión de nuestro país como ente multicultural. Sin embargo, estas interesantes iniciativas tenían, en principio, un interés principalmente académico. Es a partir de los avances en la reflexión mundial y nacional sobre la importancia de este tipo de patrimonio y de la mejor comprensión de las dinámicas que la mundialización o globalización estaban generando en los cambios de modo de vida, consumo, uso o valoración de las prácticas culturales tradicionales, que surgió una preocupación por su continuidad, es decir, por su salvaguardia. 

Es en este contexto como, a lo largo de los debates durante las décadas de 1990 y 2000 para la creación de la Convención para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial (UNESCO, 2003), se enfatiza que los inventarios son una herramienta que permite no solo identificar las prácticas y productos tradicionales sino, sobre todo, son el recurso primordial para establecer proyectos, programas y actividades que puedan contribuir a la continuidad de su transmisión de generación en generación en un mundo en constante evolución. Así, hoy se considera que los inventarios no tienen por objetivo la obtención de información por sí misma, sino constituir una herramienta útil para la salvaguardia, potenciando la participación de las comunidades y reforzando su función en la gestión de su patrimonio para su inclusión social y económica y la consiguiente mejora de su calidad de vida.

Así, la Convención es categórica cuando establece, en su acápite Salvaguardia en el plano nacional, artículos 11 y 12, que es función de los Estados Parte asegurar la identificación, con participación de las comunidades, de las expresiones del patrimonio cultural inmaterial con fines de salvaguardia y que, con este propósito, cada Estado confeccionará, con arreglo a su propia situación, uno o más inventarios del patrimonio cultural inmaterial presente en su territorio. Establece, además, que dichos inventarios deben actualizarse regularmente y que, en sus informes periódicos relativos a la implementación de la Convención, los Estados remitirán a la UNESCO información sobre los avances en la confección de su(s) inventario(s). Es decir, exhorta a realizar los inventarios de modo participativo, incluyendo a los portadores, pero deja en libertad a los Estados de elegir la o las metodologías para desarrollar estos inventarios. En atención a ello, los Estados Parte pueden organizar sus inventarios con métodos diversos, de acuerdo con sus capacidades y contextos particulares, a escala nacional o regional, por categorías de expresiones o de modo general, pero siempre con la activa participación de las comunidades de portadores y con el objetivo primordial de ejercer la salvaguardia de las expresiones inventariadas.

Sobre este acápite de la Convención, cabe mencionar también una sutileza interesante y es que se establece una posición institucional en relación con que la Convención no valida, en forma alguna, el lugar de origen de una expresión o la propiedad de esta por un determinado país, sino que promueve la salvaguardia de las expresiones presentes en el territorio del Estado. De este modo se busca lograr que no se involucre a la UNESCO en los debates nacionales y las frecuentes controversias internacionales sobre si tal o cual expresión es originaria de aquí o de allá.

La Convención, como sus Directivas operacionales (normativa para la aplicación de la Convención) no ofrecen un modelo de inventario, pero sí definen principios que orientan a los Estados parte para el desarrollo de estos. Entre ellos, destacan el consentimiento y la participación de la comunidad que establece que el procedimiento, la metodología y la oportunidad del inventario deben concertarse con la comunidad de portadores y deben ser explícitos y que, así mismo, las expresiones a inventariar deben ser identificadas con la comunidad; que el inventario debe ser inclusivo e involucrar a los distintos grupos culturales y sus expresiones; debe contener información sustancial, no constituir una simple lista vacía de contenido relevante; que el objetivo del inventario es  la salvaguardia de las expresiones consideradas en él, por lo que al realizarse un inventario debe consignarse cuáles son las amenazas que pesan sobre cada expresión; que se respetan los usos consuetudinarios en cuanto a la información de acceso restringido, pues pueden existir jerarquías en el manejo de la información y es la comunidad la que debe definir el nivel de profundidad de la información que brinda el inventario, ello -por ejemplo- para resguardar ciertas prácticas rituales o conocimientos que son administrados solamente por ciertos miembros de la comunidad; que el inventario debe actualizarse periódicamente con participación de la comunidad,  a fin de que se cuente siempre con información pertinente acerca del estado de la expresión y de su evolución en el tiempo.[2]

En conclusión, la forma contemporánea de elaborar inventarios, con las comunidades de portadores en el centro de la gestión, tiene como objetivo conocer cuántas y cuáles son las expresiones de patrimonio inmaterial que existen en un país, cuáles son sus características y cuál es el estado y vitalidad de cada una de ellas, ello desde la visión de sus poseedores y con fines de salvaguardia. Así, situando a los portadores en el centro del análisis y de la acción en torno a su cultura, su identidad y su memoria, se respetan los derechos culturales y se fomenta la gestión local y el ejercicio de ciudadanía.   

En el siguiente artículo trataremos acerca de las declaratorias de expresiones del patrimonio cultural inmaterial como Patrimonio Cultural de la Nación, el inventario que creó, en el año 1986, el entonces Instituto Nacional de Cultura, hoy Ministerio de Cultura.

 

[1] Palabra de los términos en inglés folk (pueblo) y lore (saber) cuya creación se atribuye al escritor inglés William Thoms.

[2] Guía para la confección de inventarios sobre el patrimonio Cultural Inmaterial en contextos urbanos. Ministerio de Cultura y UNESCO. 2020.

Patrimonio cultural inmaterial: Tradición viva y cohesionadora