Marcel Velázquez Castro

El 15 de febrero de 1917, Yerovi recibió cuatro balazos en la calle Baquíjano en la puerta del periódico La Prensa. Antes de ser hallado por su agresor, un chileno celoso, amante de una actriz, él estuvo escribiendo un poema satírico sobre los carnavales en la redacción del periódico. La trayectoria y el entierro de este escritor constituye un prisma para evaluar su inserción en la sociedad limeña y en el orden simbólico nacional.

Las fotos del cortejo fúnebre son impresionantes. La abigarrada multitud que ocupa varias cuadras y acompaña al poeta constituye una prueba irrefutable de que no solo era un escritor popular, sino también una persona muy querida por diversos sectores sociales: estudiantes, intelectuales, periodistas y el multiétnico pueblo de Lima. Federico More escribió sobre este evento: “El pueblo, que conoce a sus hombres, que nunca se equivoca con respecto a los buenos, (…) ha marchado tras de su féretro igual que si se hubiese tratado de uno de los jefes políticos de la nacionalidad, de uno de sus oradores populares o uno de sus caudillos de leyenda” (1989: 103). Este magnífico homenaje en sus funerales se explica porque Yerovi expresó las formas socioculturales de su tiempo y la estructura de sentimiento de la modernidad criolla.

Leonidas N. Yerovi (1881-1917) fue un actor protagónico de los procesos de aggiornamento del discurso criollo ante los nuevos sujetos sociales y los nuevos escenarios de la modernidad periférica a inicios del siglo XX. Sus poesías y artículos formalizan las políticas de un discurso alternativo dentro del universo criollo que empieza a recuperar y colocar en el centro de su cosmovisión las prácticas socioculturales de los sectores populares urbanos sin renunciar a las producciones discursivas de la elite letrada. Una alianza entre la mirada carnavalesca y satírica de los sectores populares, la incipiente cultura de masas (diarios y revistas ilustradas) y las formas de un discurso literario con vocación política caracterizan el cruce de caminos que él eligió para su escritura.

La vasta obra de Yerovi traza diversas y profundas rutas en nuestra historia cultural: la fundación del periodismo moderno, la autonomía del escritor-periodista, la renovada alianza del verso, el dibujo gráfico y el humor político, la confluencia del lenguaje popular y modernista, el teatro como espejo de los sueños y la miseria de las emergente clase media urbana, la poesía sexual y obscena, como una de las bellas artes, en su obra Don Juan, una versión pornográfica del célebre mito, escrito durante su estancia en la cárcel.

La historia del periodismo peruano es una aventura imbricada profundamente con la literatura. Las perpetuas carencias institucionales de esta última obligaron a numerosos escritores a incursionar en el oficio ajeno. La inserción de la prensa, desde sus orígenes, en el mercado permitió autonomía dentro del campo cultural y retribución económica; en palabras de Yerovi: “trabajo diario a la conquista del garbanzo señor nuestro” (“Carta a provincias”, La Crónica, 6 ago. 1913). Nuestro autor practicó todos los géneros vinculados al periodismo: letrillas políticas, artículos de costumbres, crónicas urbanas, comentarios de noticias internacionales, crítica literaria y notas policiales. Además, publicó de manera sostenida en las principales publicaciones periódicas de su época (Actualidades, La Prensa, La Crónica) y dirigió empresas editoriales, como la célebre revista Monos y Monadas con Julio Málaga Grenet.  

El Perú de Yerovi es fundamentalmente el Perú republicano. Por ello, su lúcido diagnóstico de la farsa del sistema político y de las desigualdades sociales; él no busca explicaciones en el orden colonial, sino en la escena política oficial decimonónica: “Desde los primeros años/ vivimos aquí de engaños/ Desde nuestra independencia/ el más audaz, no el capaz,/ por farsante y por audaz/ se sentó en la presidencia/ y nos robó toda paz” (“Carta abierta”. La Prensa, 28 jul.1908). La pasividad, la lenidad y la volubilidad son constitutivas del carácter nacional. La ausencia de memoria y la apatía por la res pública sumada a la visión patrimonialista del Estado por los políticos nos conducen a una sucesión de males y penurias interminables.

Pocas veces en nuestro medio, la voz de un periodista caló tan profundo en las entrañas de nuestro mal. Con versos risueños y ligeros, se exhibe la podredumbre que articula la estructura de la personalidad con la estructura social; los rasgos psicológicos (indiferencia, egoísmo y levedad) y las conductas sociales (servilismo, medro y corrupción) se han proyectado al carácter nacional. Por ello, Yerovi clama con versos inflamados: “que la ambición no germine, / que el rencor no los domine; que el pasado los advierta, que piensen en el mañana,/ que olviden el propio medro” (“En los cielos”, La Prensa, 16 feb. 1914); exhortaciones que hoy adquieren una dramática actualidad.

El teatro de Yerovi –como ha establecido Alberto Ísola- representa, principalmente, a la clase media empobrecida, aquella que lucha para no descender más y sueña con un giro de la fortuna para progresar.

Tarjetas postales (1905) es una comedia de enredos amorosos en espacios urbanos limeños y que destila un humor jubiloso y una distancia irónica sobre la retórica discursiva del amor y los nuevos medios de comunicación, como las “tarjetas postales”, que refieren a las tarjetas de visita (carte de visite) que expresaban la comunicación visual moderna y sus redes de sociabilidad.

El portafolio de la Avenida (1914) constituye uno de los rescates más importante del volumen preparado por Mateo Chiarella. Pertenece al segundo ciclo de sus creaciones teatrales, un conjunto de piezas teatrales escritas en Buenos Aires durante un corto tiempo con el afán de insertarse en ese dinámico y amplio circuito teatral. El portafolio… constituye una alegoría, con personajes que funcionan como colectivos no singularizados: la Cosecha, el Ganado, etc.  También aparecen establecimientos artísticos, como El Teatro Colón, con voz propia. Es una obra metradramatúrgica, pues reflexiona sobre las presiones que recibe el dramaturgo, las necesidades de los empresarios teatrales y las dificultades de los repertorios tradicionales inspirados en el género chico español ante el gusto moderno del público de Buenos Aires. Sin embargo, el desenlace celebra las formas populares y un potpurrí ecléctico y heterogéneo. La pieza demuestra que Yerovi no solo vivió en esa megaurbe durante aquellos años, sino que se adentró en los íconos de su cultura popular criolla, que poseía todavía en esa época resonancias gauchescas, como lo prueba su recreación de la disputa entre el payador Santos Vega y el Supay.

La obra teatral de Yerovi nos confronta con las esperanzas, amenazas y miserias de una clase media limeña criolla, que socialmente hoy ya es poco significativa, pero que culturalmente sigue ocupando un lugar privilegiado en el imaginario nacional. La promesa del Bicentenario con su exigencia de revisión de las tradiciones culturales centrales en nuestra historia no podrá cumplirse sin un retorno cabal a la obra de los escritores que diseñaron nuestros horizontes y estructuras de sentimiento. El sorprendente camino hacia la creativa modernidad criolla y sus mediaciones con la sensibilidad popular nos conducen inevitablemente a la sonrisa de Leonidas Yerovi.