Marcel Velázquez Castro

La fundación de la revista Monos y Monadas constituyó una original llamarada de colores en la cultura de lo impreso en el Perú porque creó un exitoso modelo verbal y gráfico que se instala deliberada y conscientemente en el humor festivo. El poeta, periodista y dramaturgo Leonidas Yerovi fue el director literario; el genial caricaturista Julio Málaga Grenet se desempeñó como director artístico. Estos jóvenes, de 26 y 21 años respectivamente, audaces y transgresores, dirigieron esta publicación que alcanzó más de 100 números entre diciembre de 1905 y diciembre de 1907.

Durante la primera década del siglo XX, la ciudad de Lima, bajo la alcaldía de Elguera, vivía procesos de modernización en su infraestructura urbana. Asimismo, se expandían los avances tecnológicos vinculados con procesos de comunicación, tales como el teléfono, el cual revolucionaba las formas privadas de comunicación entre las elites; el fonógrafo, que permitía la privatización del consumo musical; y el cine, que iniciaba la creación de una cultura masiva. Por su parte, la prensa también se renovó drásticamente gracias a los cables de noticias que llegaban mediante el telégrafo trasatlántico, así como por la creciente inserción de fotografías en diarios y revistas; y la aparición de revistas ilustradas con caricaturas. Lima formaba parte de una internacionalización articulada que creaba una experiencia moderna mundial, mediante los barcos a vapor, los ferrocarriles, los tranvías eléctricos, los automóviles y la prensa masiva. Además, la novísima electricidad amplió el disfrute de la noche y sus rondas en todas las ciudades.

El contenido de Monos y Monadas incluía letrillas, crónicas, poemas, relatos costumbristas, cuentos, fragmentos de obras de teatro, críticas y parodias discursivas, todo sazonado con humor satírico y abundantes caricaturas a color, uno de sus dibujantes fue el joven Valdelomar. Esta revista tuvo generalmente ocho páginas (por algunos periodos, doce) y llevaba como subtítulo “Semanario festivo de caricaturas”, costaba 10 centavos, solo aceptaba suscripciones trimestrales y por adelantado. Tanto la carátula como la contracarátula y las dos páginas centrales contenían dibujos humorísticos, con un breve texto que anclaba el mensaje. Aunque en algunos artículos se criticaba acremente al presidente, ministros, parlamentarios y concejales municipales, la mayoría de sus colaboraciones poseía un carácter literario-cultural anclado en la experiencia urbana. Las epidemias, las poses modernistas de los escritores, las pretensiones de las denominadas “huachafitas”, las nuevas líneas del tranvía eléctrico, el baile norteamericano cake-walk, los yaravíes, las nuevas avenidas, las miserias económicas discurren entre las páginas de esta revista.

La publicación incluía avisos publicitarios asociados a tiendas de bienes diversos (alimentos, bebidas, productos agrícolas) o servicios típicamente urbanos (sastrería, zapatería, funeraria). Estos avisos contenían letrillas, narraciones y dibujos preparados por los propios directores de la revista en una insólita y pionera alianza entre el arte y el mercado.

Con esta revista, se funda un modelo textual que asigna predominio a la comunicación visual y al código humorístico como estrategias para establecer un vínculo intenso y afectivo con un público popular, urbano y semiletrado, pero fascinado por imágenes modernas y ávido de crítica sociopolítica contra las autoridades y los poderosos. Además, aquí se encuentra la representación de nuevas sensibilidades, figuras más desenfadadas del cuerpo y una exploración de la sexualidad mediante la literatura y el dibujo: una sociabilidad en ebullición y una libertad sin precedentes.

Julio Málaga Grenet, el gran caricaturista de Monos y Monadas, es un artista moderno. Su trazo y humor abrieron el camino gráfico hacia una sociedad más crítica y secular, donde la sexualidad y el deseo ya no se codificaban solo en términos de culpa o transgresión. Así, esta revista no solo quebró alegremente el pacto moral del silencio sobre el sexo en el espacio público, sino que trató con desparpajo, ironía y humor los rituales del cortejo y el deseo por la piel ajena.

En abril de 1906, se publicó un dibujo maravilloso de Julio Málaga Grenet, sin una sola palabra, una narración visual en tres actos desde la perspectiva de los zapatos de los amantes (N.º 18, p. 3). Un hito en la historia gráfica de lo social, pues por primera vez se evoca inequívocamente, con gracia y delicadeza, la representación del acto sexual en una publicación. Aquí se exhibe el deseo sexual moderno sin ambages. Esto significa que el dibujante, la revista y los lectores/espectadores coincidían ya en una nueva sensibilidad, pero es este dibujo en el que se produce el encuentro de las representaciones con la práctica social y las expectativas culturales. Así, como el poema “Misa negra” (1893) de Tablada causó escándalo y rechazos morales en la ciudad de México, podemos imaginar los chismorreos de las beatas limeñas ante este formidable dibujo.

La moda de fines del XIX estrechaba el cuerpo de la mujer, dejaba ver poco más que el cuello, los brazos y el empeine, pero puso de relieve en la silueta ciertas partes (busto, cintura, piernas), que van adquiriendo ya una clara connotación sexual. En la revista, en el texto “La limeña”, se canta alborozado y en complicidad con el lector: “¿veis esos vaporosos bustos por la calle,/flexibles, aéreos y balanceadores?/ ¿No se dirían mariposas, flores aladas, aves errantes por el espacio; algo así, como un mixto de la flor y de la hembra”. Nombrar la carne del deseo con tanta exaltación hubiese sido imposible años atrás. Aquí se está orientando la mirada, educando el deseo sobre el cuerpo femenino de otra manera.

Además, la calidad erótica del pie pequeño se evapora, pues ese tradicional objeto de deseo empieza a desaparecer porque la talla y el peso de varones y mujeres empiezan a aumentar producto de cambios sociales y nuevos hábitos de alimentación. Así, un varón limeño consigna esta amarga queja porque los pies de las limeñas han crecido, “un calzado de 36 a 38 me hace el efecto de una palta abierta por la mitad” (N.º 20: 8-9).

Los ejemplos de esta novedosa erotización del cuerpo femenino se correlacionan con lo que se exhibe, se sugiere o se niega a la vista. Un caluroso febrero, un audaz poeta celebra los “trajes de tela ligeros/ que nos dejan ver… la mar”. El verano y el calor alientan la intensidad del deseo porque el cuerpo anda más descubierto. Ya solo las mujeres muy mayores usan manta o capa, las jóvenes rechazan estas antiguallas que ocultan el cuerpo y el rostro.

Por otra parte, este mandato social sobre la forma ideal del cuerpo femenino estaba interiorizado también en las mujeres. Así, se denuncia en un texto las simulaciones porque las niñas “anémicas y encanijadas” usan puffs y categorías para compensar los yerros de natura (N.º 20: 8-9). El cuerpo femenino se somete a la mirada hegemónica y busca complacerla mediante artificios y simulacros.

Este primer ciclo de Monos y Monadas no tiene voces femeninas y exhibe, a veces, un humor racista contra los indígenas y los chinos. Las ambivalencias y las aporías de la experiencia moderna se pueden leer y mirar en estas provocadoras representaciones que todavía nos interpelan desde sus amarillentas páginas contemporáneas.