Marcel Velázquez Castro

Abraham Valdelomar (1888-1919) fue caricaturista, periodista, narrador; un dandy que lanzaba frases ingeniosas y se burlaba de los burgueses de Lima. Su cuento “El caballero Carmelo” es un clásico local y parte del antiguo canon escolar. Sin embargo, su extensa obra está compuesta también de poemas (entre ellos, el hoy casi olvidado “Tristitia”), artículos, crónicas, novelas y teatro.

En este artículo exploraré las contradicciones que su intensa y breve vida encarnó con talento, ironía y fulgor: la profesionalización periodística contra la figura del artista; el compromiso político contra los ideales estéticos y la transgresora modernidad criollo-popular contra el autoritarismo y el conservadurismo de las elites modernizadoras.

Leonidas Yerovi, Enrique A. Carrillo, Francisco A. Loayza, Abraham Valdelomar y José Carlos Mariátegui renovaron drásticamente el lenguaje y los formatos discursivos del periodismo en Lima durante las dos primeras décadas del siglo XX. Valdelomar poseía una aguzada conciencia de estilo, la musicalidad del modernismo y una vocación estética por la perdurabilidad que se enfrentaba al destino efímero del artículo de todos los días. Sus mejores artículos y crónicas que formalizan y constituyen la experiencia moderna urbana se siguen leyendo con placer y provecho.

Sus crónicas “Con la argelina al viento” desde la Escuela Militar de Chorrillos sobre una guerra que no fue con Ecuador, lo hicieron conocido entre los lectores. Antes, había dibujado con frecuencia para dos revistas festivas y populares: Monos y Monadas y Fray K.Bezón. Vivía día a día del periodismo, pero no se sentía periodista, sino un artista que miraba sin miedo a la eternidad

En 1911, publica sus dos novelas cortas La ciudad muerta y La ciudad de los tísicos por entregas en Ilustración Peruana y Variedades, respectivamente. En la más lograda, representa un moridero andino de tuberculosos, dominada por una perspectiva esteticista sobre el amor y una diletante reflexión sobre el arte y la ideal figura de artista.

Revólver en mano, azuzando a grupos de estudiantes y obreros en las calles, participó en las luchas electorales que dieron la victoria a Billinghurst y a su corto gobierno populista (1912-1914). Fue recompensado con la dirección de El Peruano y un puesto diplomático en Italia. Ve de lejos y escucha en un café a Marinetti, pero no habla con él. Enemigo de los civilistas, retorna a la política como diputado de Ica en 1919.

Además, del periodismo, consagró sus últimos años a dictar conferencias en diversas provincias del Perú. Estas eran un espectáculo cultural en regla, con precio de entrada y promoción con carteles. Varias de ellas incluían mensajes políticos de una sinceridad brutal: “Nos educaron viendo el fraude en el ánfora, la mentira en el libro, la adulación o la calumnia en el periódico; la venta del voto en el parlamento, el desorden, la inmoralidad, la tiranía”. Contra este terrible diagnóstico, Valdelomar pide a los maestros del Perú, formar ciudadanos. Como vemos, urgentes y contemporáneas palabras.

 Abraham Valdelomar, dibujo de Málaga Grenet.
Abraham Valdelomar, dibujo de Málaga Grenet.

Como Vallejo y muchos escritores de su tiempo, Valdelomar fumaba opio. El disfrute sensorial, obtenido en los fumaderos del Barrio Chino, no impidió que el escritor, nacido en Ica, reproduzca los tópicos deshumanizadores contra los chinos: «hombrecillos de ojos oblicuos, tez amarilla y pómulos salientes que, a manera de una tenia intestinal, se van enroscando en nuestro organismo económico, nacional y étnico» (1916). También repitió las fórmulas racistas contra los afroperuanos (ocio e ignorancia) en “Sicología del gallinazo”, aspecto doloroso y conflictivo para él mismo, un elegante zambo en el Estrasburgo escribiendo con lejanía y superioridad sobre los zambos de Malambo. No pudo escapar de los prejuicios raciales de su tiempo, pero se burló y atacó los convencionalismos sociales.

Todos, incluso los que no han leído nada del Conde de Lemos, conocen la frase: “El Perú es Lima. Lima es el Jirón de la Unión. El Jirón de la Unión es el Palais Concert y el Palais Concert soy yo”, atribuida a Valdelomar. Este es un perdurable mito cultural que opaca y tergiversa su perspectiva crítica de provinciano, insumiso y provocador. Comparto el texto original. Spoiler, sí, es diferente: “El Perú, dicen las gentes, es Lima. Lima, decimos nosotros, es el Jirón de la Unión y el Jirón de la Unión es hoy la esquina del Palais Concert. Total: el Perú es la esquina del Palais Concert. Nuestra capital es la ciudad de las confiterías, la metrópoli de los dulces y sus pobladores parecen de caramelo”.

El texto es una crónica de 1915 y lo que se ha considerado una prueba de narcisismo, es una provocación, pero sobre todo una certera crítica al carácter blendengue y acomodaticio de los limeños. Por otro lado, la noche limeña y la tertulia en los cafés y las confiterías fue parte de la sociabilidad de Valdelomar, escindido entre el mercado y el arte.

Según diversos testimonios Valdelomar se exhibía como bisexual y se inyectaba morfina, estos rituales transgresores formaban parte de la imagen de artista que él construyó. Su pose implicaba una performance del cuerpo (pantalones ceñidos, fotografías artísticas semidesnudo…) y un rechazo a la heteronormatividad: intensa modernidad cultural que se estrella contra una modernización social urbanística limitada y frustrada.

El 1 de noviembre de 1919, Valdelomar cae y rueda por las escaleras del hotel Bolognesi, en Ayacucho. Antes de caer, se había ausentado de un banquete en honor de él y otros diputados, probablemente para inyectarse heroína. Fue enterrado provisionalmente en el Cementerio de Ayacucho y miles le rindieron honores en una ceremonia emotiva e imponente; posteriormente, se trasladan sus restos a Huancayo cargados por indígenas y, en algunos trayectos, a lomo de mula; finalmente, sus restos llegan a Lima por tren. Las fotos del cortejo fúnebre son impresionantes por la gran cantidad de limeños que se despidieron del maestro del ritmo, el mago del adjetivo y el amante del desafío.

Valdelomar es nuestro primer artista moderno. Encarnó los encantos, fracasos y contradicciones de la modernidad en su escritura, pero sobre todo en una vida de película.