Marcel Velázquez Castro

Las primeras novelas en el Perú fueron mediadoras entre un novedoso formato narrativo internacional (novela de folletín) y una sociedad tradicional que no terminaba de constituir individuos plenamente modernos. Esto provocó una conflictiva adaptación entre la novela, primera mercancía cultural regida por los principios liberales y el mercado, y lectores inscritos en redes de poder basadas en la desigualdad y en una cultura predominantemente oral, con gran presencia de narraciones religiosas.

El 28 de junio de 1844, los lectores limeños encontraron el inicio de una novela sobre su ciudad y diversos grupos sociales: criollos, negros y migrantes andinos en El Comercio. Apuntes para un folletín de autor anónimo se publicó, a lo largo de varios días, dividido en cinco capítulos: “El paseo”, “El callejón”, “La propietaria y su hija”, “Hospital de incurables” y “Mi casa”.

La acción de la novela está formada por el recorrido del personaje-narrador, un varón culto, funcionario estatal, que sale de su casa, explora los márgenes físicos y las desventuras sociales de la ciudad y retorna a su hogar. Un viaje urbano que mediante diálogos y descripciones ofrece al lector variadas historias de vida, bajo códigos melodramáticos.

Una lavandera le cuenta al protagonista la historia de una numerosa familia (madre y seis hijos, que hablan quechua y rudimentos de español) de Laguaitambo. Ellos perdieron su poco ganado (un toro y siete ovejas) en su pueblo por las contribuciones estatales y los abusos de los curas. El hijo mayor fue levado y la madre con los cinco hijos restantes migraron a Lima y viven miserablemente en el callejón asediados por las enfermedades y el hambre. Por eso, -relata la lavandera- la madre “pensó en dar sus hijos para que sirviesen, como hacen los pobres de la Sierra”. Ese plan se frustra porque los migrantes andinos, “supieron que por Los Naranjos habían muerto a azotes a una cholita y vinieron a encerrarse en el cuarto. Ese día oímos que de repente todos gritaban ay mamitaii, ay mamitaii, y repetían el llanto y el mamitaii como ellos acostumbran, llorando como si cantaran”.

Esta solidaridad sentimental de esta familia desde el orden ficcional con el caso real de Ramona (niña indígena de 12 años azotada por sus patrones hasta provocar su muerte en 1844) expresa una conciencia sobre su propio lugar en la sociedad y las probables consecuencias de la relación servil que pende como fatal destino sobre ellos. La madre y los niños se niegan a integrarse al sistema de explotación del trabajo infantil, a pesar de su miseria y difícil adaptación como migrantes serranos en Lima. Ellos prefieren cuidar sus cuerpos y salvar sus vidas. La perspectiva del texto enfatiza las lágrimas y los lamentos solidarios de la familia migrante, pero no una condena racional al crimen desde los códigos republicanos, pues su condición de ciudadanos aparece casi completamente suprimida. Ellos son solo seres merecedores de compasión y socorro de los otros, desde los códigos de la caridad cristiana, como es el caso de la joven prostituta que los alimenta.

Esta novela ofrece la primera exploración a los suburbios de Lima y una detallada descripción realista de la vida de algunos habitantes del callejón y, en particular, del cuarto con escasísimo mobiliario en el que viven los migrantes andinos, Paula y sus hijos. El personaje narrador se conmueve y se horroriza ante el espectáculo de pobreza, suciedad y enfermedad que contempla: pellejos por cama, dos perros chuscos, un niño con disentería y otra con estragos de viruela, inmundos vasos regados en el suelo. En el semblante de la madre se “reunían a los mudos rasgos de inercia y melancolía que tienen por lo general las fisonomías de la Sierra, lo débil y abatido de su situación”.

Posteriormente, el narrador no duda en acusar al gobernador y al cura en la sierra de explotar injustamente a los indígenas, y de arrebatarles los hijos a las madres pobres “para quedar bien en Lima, como ellos mismos dicen, cuando sabes que las más de estas criaturas sufren aquí un yugo bien pesado”. Aquí se formaliza la primera crítica literaria republicana contra el sistema de explotación infantil de los cholitos en la prensa de Lima. El narrador concluye que la república no ha mejorado en nada la situación de los indígenas y que estos siguen siendo extranjeros en su propia tierra.

“Apuntes para un folletín” representa cabalmente el romanticismo social y su afán de redención moral y denuncia de los problemas urbanos. Hay una inscripción en el horizonte creado por Los misterios de París de Eugene Sue, incluso hay una alusión a Rudolphe, protagonista de la novela de folletín francesa. Gran parte de la literatura del siglo XIX por su mímesis realista y su afán costumbrista constituye un formidable registro de las relaciones sociales de la época y de los límites físicos e imaginarios de la ciudad.

El paseo urbano del personaje narrador implica su propia inestabilidad (hay una supuesta orden de apresamiento sin razón alguna contra él) y esa experiencia de la injusticia y la precariedad le permiten una escucha a otras historias que condensan desventuras sociales típicas de la época: la zambita de 14 años que se fuga con un varón mayor, la joven pobre que se ve forzada a la prostitución, la familia de migrantes quechuahablantes atrapados en la miseria y la enfermedad, los esclavos ancianos, abandonados por sus amos, que acuden al Hospital de incurables. En la estructura folletinesca y la imaginación melodramática, estas figuras de la desgracia se oponen a la hija de la propietaria del callejón, que vive rodeada de lujos y atenciones, próxima a casarse con un joven comerciante y minero italiano.

Uno de los objetivos del texto es la solidaridad con la familia empobrecida, como lo prueba la invocación final dirigida al lector real: “Mis cuñados y sobrinos, mi mujer y mis hijos quedaron en irla a socorrer, como podrá hacerlo el que quiera en Santa Ana en la sala de S. Miguel covacha 138”. Aquí se articula nuevamente el espacio ficcional y el orden de la realidad.

La historia de los orígenes de la novela en el Perú es todavía una tarea académica inconclusa. En las amarillentas y quebradizas páginas de diarios y revistas del siglo XIX, yacen varias novelas esperando nuevamente la atención de los críticos y los lectores.