Ricardo González Vigil

Hace 30 años, el 30 de octubre de 1992, Esther M. Allison (nacida en Huacho, en 1918) falleció en Lima. Y todavía constituye una tarea pendiente el reconocimiento de su valiosísima producción (tan abundante como sustanciosa), dueña de un registro creador completo: narradora, dramaturga, ensayista y, sobre todo, una de las voces femeninas más admirables de la poesía peruana y, en general, hispanoamericana. Algo se ha hecho mencionándola como forjadora de la literatura infantil peruana, al lado de Cota Carvallo de Núñez, Rosa Cerna Guardia, Francisco Izquierdo Ríos y Luis Valle Goicochea; pero incluso en ese grupo se le concede menos atención que a los otros autores citados. Y, a pesar de los aportes de Rosa Cerna Guardia, Manuel Pantigoso y algunos estudiosos mexicanos (recordemos que residió en Monterrey desde 1968 hasta 1984, publicando numerosos libros en tierra mexicana), falta mucho para la consagración que merece.

Sigue vivo, palpitante, el deslumbramiento que me causó leer (escanciar) los quince poemarios que publicó entre 1935 y 1990, coronados por una hermosísima Antología poética (1967, edición de Aureliano Tapia Méndez, selecciona composiciones de catorce colecciones, inéditas casi todas). Estaba en plena confección de mi Poesía peruana siglo XX (ediciones Copé, Petroperú, 1999) y conocí a Rosa Cerna Guardia, al contactarla para pedirle autorización para incluir poemas suyos en la mencionada antología. Y fue Rosita (generosa, transfigurada por el amor a la belleza y la espiritualidad mística que compartió con Esthercita, amigas íntimas, almas gemelas) la que me preguntó si había escogido poemas de Esther Allison.

Sorprendida, al responderle que no (porque no me parecían suficientes sus méritos en la literatura infantil, ¡habrase visto!), me prestó todos los libros de Allison (¡no los conocía!) enriqueciéndolos con textos inéditos y con la primorosa selección Fablillas en el pesebre (1990), en la que Rosita escoge y glosa con vuelo poético veinte villancicos de su entrañable Esthercita.

Estuve en condiciones, entonces, de enarbolar el reto más encendido de la citada Poesía peruana siglo XX:

“Una de las tareas pendientes de los estudios literarios peruanos es rescatar del olvido a Esther Margarita Allison, escasamente conocida en el Perú y solo en cuanto cultora (sin otorgarle mayor relieve en ese terreno) de la literatura para niños. Se impone difundir su obra, facilitando el reconocimiento que merece como una de las voces femeninas más altas no solo de la poesía peruana, sino de la poesía del siglo XX en general. Ya es hora de que ocupe su sitio entre las cumbres de la poesía femenina hispanoamericana” (tomo I, p. 477).

Casi un cuarto de siglo después, mis palabras de desafío mantienen una intolerable actualizada. Por eso, saludemos el homenaje que Carlos Zúñiga Segura (a quien debemos tanto en los rescates literarios y en la difusión de autores nuevos y pocos conocidos, además de su valiosa producción propia) le ha tributado en el número monográfico de la revista que dirige, La manzana mordida (N° 125, Lima, abril 2022), bajo el cálido título “Cerrada ovación a Esther M. Allison”.

Ojalá pronto se incluya a Esther M. Allison dentro de las luminarias del posvanguardismo, el momento máximo de la poesía en español del siglo XX: César Vallejo (el de Poemas humanos y España, aparta de mí este cáliz), Martín Adán (Allison comparte con él la filiación católica y el cultivo virtuoso del soneto), Pablo Neruda (a partir de Residencia en la tierra), la generación del 27 de España (Allison bien podría formar parte de ella gracias a su reelaboración del legado de la poesía tradicional española y de los grandes maestros del Siglo de Oro), el grupo Contemporáneos (con la voz cimera de José Gorostiza y la devoción colectiva por el soneto) de México, Octavio Paz, Jorge Luis Borges (otro adicto al soneto) y José Lezama Lima, señaladamente.

Un posvanguardismo de perfil femenino en su caso, en tanto dialoga con el empoderamiento de las mujeres (irrumpió al final del modernismo, el cual en ellas adquirió un tono provocador, prevanguardista) las uruguayas Delmira Agustini y Juana de Ibarbourou, la argentina Alfonsina Storni y la chilena Gabriela Mistral. Quebrantando la marginación machista, propalaron con brío sus vivencias eróticas, así como la gravitación crucial de la maternidad en su existencia (plasmada biológica y/o psíquicamente en el núcleo familiar, y/o sublimada espiritualmente en los campos más diversos). En lo concerniente a las letras peruanas, la figura referencial pertenece a la aventura vanguardista de los años 20-30: Magda Portal, elogiada por José Carlos Mariátegui como la primera en retratar la condición femenina, sin los estereotipos de las mujeres forjados por los escritores masculinos (la esposa y madre como un “ángel del hogar”, la amada idealizada por trovadores, florentinos y románticos, la vampiresa que hace pecar al varón, en fin).

Puede constatarse que, junto con el dominio extraordinario de la versificación (merece figurar entre los grandes cultores del soneto en el siglo XX; y, en lo concerniente al villancico, se codea con la pericia de Lope de Vega y Sor Juana Inés de la Cruz), Allison posee una sensibilidad de matriz romántica (por lo tanto, moderna, y no tradicional, ni sujeta al Siglo de Oro) que desborda apasionada (compitiendo con el desenfreno erótico de Alfonsina Storni) en su entrega mística a Dios, al extremo de alertarlo que su “llama de amor viva” (imagen que tomamos de San Juan de la Cruz) está dispuesta a volverse incendio espiritual:

TEA

No te acerques a mí, porque te quemo.

…………….

Abrir llaga en tu mano es lo que temo,

que estoy en el amor enardecida,

y en dulce y lento arder se va mi vida,

con la esperanza de tu incendio extremo.

…………….

Prende en tu amor mi puro amor de hoguera,

y si en tu beso me consumo entera,

¡muera en tu fuego el fuego de mi vida!

(de Alleluia, 1946)

Bebe el cáliz de haber renunciado a ser madre, al ofrecerse a Dios como oblata:

TIERRA BALDÍA

Hijo, déjame en paz

¿A qué me hurgas el corazón buscándole la sangre

que nunca encontrarás?

…………….

¿Por qué me estrujas la carne,

implorándome la rosa que nunca tendrás?

…………….

No voy a ver a Dios jamás

en tu pequeño racimo desgajado

de mi savia feraz.

No me llames, no puedo responderte.

Nunca vendrás.

(de Relación de tu muerte, 1961)

Y, admirablemente, sublima su entraña materna adorando al Niño Jesús, en los mejores villancicos del siglo XX, prodigios de ternura y pureza amantísimas.